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En las pasadas fiestas navideñas, las tiendas y los centros comerciales vivieron días de largas colas para pagar, como en los viejos tiempos, en los años de vacas gordas, antes de la crisis. Tal vez la evidente mejora económica no justifique hasta ese punto el incremento del consumo registrado pero el estado de ánimo entre la gente es otro y eso se nota a la hora de hacer uso de la tarjeta de crédito en unas fechas tan especiales. El futuro de Cataluña ya no preocupa tanto como en los oscuros días del pasado otoño, cuando España parecía a punto de romperse y se temía el estallido de un conflicto civil en aquella comunidad. Sin haberse resuelto ni mucho menos pero la situación ahora se ve de otra manera, con algunas dosis de confianza y con mucho menos dramatismo. Y sin embargo, a pesar del alivio que ha permitido la aplicación del artículo 155 y de los datos macroeconómicos que avalan la gestión del Gobierno de Rajoy, el PP vive sumido en una especie de depresión, sobrepasado por un problema menor (el de los conductores atrapados por la nieve en la AP-6) y pendiente de su flanco derecho, Ciudadanos, que ya provoca pesadillas a los dirigentes populares. Los pésimos resultados del 21 de diciembre y las preocupantes noticias de los procesos judiciales abiertos contra el partido han llevado no ya la inquietud sino casi la histeria a la sede de la calle Génova. En los tiempos de internet todo funciona muy deprisa, cualquier asunto crece de forma acelerada y da la impresión de poder causar una gigantesca explosión... aunque a los pocos días haya quedado completamente olvidado, amortizado ante un nuevo escándalo que a las 48 horas también será historia. Los populares temen -seguramente con razón- que el efecto Ciudadanos no se limite a Cataluña, que la bola se vaya haciendo grande y que en las próximas elecciones generales el partido de Rivera le acabe disputando la primacía del centro-derecha. Tal vez pecan de alarmismo ante una formación con serios problemas de arraigo en algunas comunidades y que sufre el típico aluvión de cargos y militantes despechados procedentes de otras siglas y que buscan entre los naranja un nuevo paraguas bajo el que cobijarse. El estado de ánimo es un factor fundamental en el éxito o en el fracaso de las organizaciones y de las actividades humanas, de los gobiernos a los equipos de fútbol, de la economía al ejercicio de una profesión. Y el estado de ánimo en el PP es casi depresivo, más propio de derrota que de una entidad que ahora mismo tiene el poder del Estado. Sus problemas (casos de corrupción, debacle electoral en Cataluña, falta de relevo generacional en la cúspide del partido) son reales pero no justifican un ambiente de sálvese quien pueda que este barco se hunde.

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