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DEMASIADAS AGRESIONES

DEMASIADAS AGRESIONES

Cap i casal ·

La falta de respeto a las mascotas y al patrimonio que sufrimos tienen en común la falta de humanidad y civismo

Paco Moreno

Valencia

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Lunes, 20 de mayo 2019, 10:16

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Confieso que ya me he cansado de darle vueltas a la cabeza con tanta encuesta electoral, donde lo único claro es que el próximo domingo no se sabrá hasta bien entrada la noche quién será el alcalde o alcaldesa de Valencia, amén de que el tripartito actual tiene más probabilidades de repetir que se produzca un cambio de gobierno hacia el bloque conservador. Necesito un paréntesis necesario para pensar en otros asuntos y, si es posible, que no sea sobre personas ni votos.

Pienso en un reportaje que publicamos sobre las dificultades que tiene el refugio municipal de perros y gatos abandonados, unido a que ya hay más mascotas que niños, para concluir que en lo cotidiano hay cosas que no acaban de funcionar. La atención a los animales debería ir más allá de acotar un tramo de playa para que los perros correteen, por cierto, con desigual éxito por las críticas que llegan desde algunos hosteleros de Pinedo.

Con poca inversión, mínima en comparación con otros gastos de última hora como los 1,5 millones de euros pagados por la Casa de la Demanà en El Saler y un inmueble en El Palmar (¿de verdad no había más alternativa que tirar de chequera?), se ayudaría a mejorar mucho la vida de los peludos. La población de Valencia envejece y los jubilados deben rondar la quinta parte. Esa es la explicación del aumento de las mascotas y el Ayuntamiento no está dando la respuesta adecuada.

Ya no hablo de la quimera de un refugio nuevo, lo que veremos a finales del mandato en el que estamos a punto de entrar. Dijo el alcalde Ribó dos veces en la entrevista concedida a este periódico que el verdadero asunto es modernizar la Administración para recortar plazos. Ejemplos no falta sobre eso, como esta misma instalación de momento en un solar próximo a Tavernes Blanques.

En el refugio de perros y gatos ha tenido que ser de nuevo la sociedad la que dé una respuesta. Las familias de acogida temporal han salvado la papeleta del hacinamiento que sufrían muchos animales, al igual que los voluntarios que destinan parte de sus horas de descanso en acudir a Benimàmet para sacar a pasear perros. Después de pasar días en las jaulas, un rato correteando por los caminos de huerta es una bendición.

En la ciudad es donde más se observan las carencias, sobre todo por la falta de concienciación de muchos propietarios, la falta de limpieza por la escasez de recursos y que todavía no se haya extendido en todos los barrios lo que se conoce como áreas de socialización. Lo primero no es cuestión de multas, eso es imposible porque no puede haber un policía en cada esquina, sino de mera educación. La suciedad de cada mascota es responsabilidad de los dueños y así se tiene que inculcar desde el colegio.

Ya que hablaba el alcalde de velocidad, ojo con el entusiasmo de algunos en su gobierno y afines sobre el proyecto de las cámaras de vigilancia en el entorno de siete monumentos y museos. El mismo fue aprobado la semana pasada, pero ahora queda hacer igual con el concurso, lo verdaderamente importante. Y después llegará la adjudicación, cuando ya habremos contado una media docena de agresiones a ese patrimonio histórico. Al tiempo.

Con las pintadas ocurre igual que con los animales y la limpieza de sus excrementos. Es un asunto de concienciación porque más allá de los siete museos y monumentos, hay innumerables casos donde se puede acercar cualquiera con un rotulador (el spray se lleva cada vez menos) y estampar su firma en la fachada de un edificio o el muro de un solar. Que yo no digo que algunas de esas composiciones no sean artísticas, sino que no se hacen en el lugar adecuado.

Lo decía esta semana el decano del Colegio de Arquitectos, Luis Sendra. Mano dura contra las agresiones al patrimonio histórico porque estamos casi en un punto de no retorno para la imagen de la ciudad, sobre todo de cara al exterior. Yo añado algo más, el ejemplo de lo que se hizo este mismo año en el claustro del convento del Carmen. Eso produjo un efecto llamada indudable sobre la impunidad de lo que hacen los grafiteros en el centro histórico mucho más perjudicial que cualquier beneficio al espectador que acudió a la exposición esos días. Podríamos inaugurar un nuevo nicho de mercado turístico (ironía).

Por cierto, las pintadas siguen ahí, ocultas por otra capa de pintura. Dentro de un par de siglos, cuando los arqueólogos del futuro excaven y limpien con pincel esas paredes, llegarán a la conclusión de que así decorábamos nuestros tesoros arquitectónicos en el siglo XXI. Nos lo mereceríamos.

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