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Abusan de nuestra frágil memoria. De ahí que, en general, las primeras medidas que toman los que conquistan el Poder se concentren en las traidoras subidas de impuestos. Como quien no quiere la cosa. Con la boquita piñonera. Con la testa inclinada para simular arrepentimiento porque se han topado, ay qué desastre, oye, con un lóbrego panorama, esas arcas vacías pletóricas de telarañas, y aunque les pese, como tampoco van a desgastarse las meninges mejorando la gestión, suben los impuestos en otro alarde de sublime originalidad. Tras cuatro años de furia y barullo, cuando suenen los clarines de las urnas, el personal ya habrá olvidado aquellas dentelladas que fueron la carta de presentación. Eso esperan. Arrean los fustazos al principio para que el paso del tiempo amortigüe, incluso disipe, el dolor. También aprovechan el 1 de enero para, entre los efluvios resacosos y el burbujeo de las reparadoras píldoras efervescentes, fortalecer esos clásicos como el gas, la electricidad, la gasolina, en fin. Pequeñas maldades de nuestros atentos y risueños gobernantes. Por contra, abren graciosamente la mano cuando se acerca el momento de revalidar sus poltronas y, no lo olvidemos, sus sueldos. El miedito repta. ¿Y a qué me voy a dedicar yo sí nos catapultan del trono?, piensan. Aflora, pues, la súbita generosidad, en este caso el subidón-subidón del que se beneficiarán los funcionaros, por otro lado una clase que siempre sufre los castigos económicos cuando irrumpen los recortes. Toca ahora reparar viejas afrentas de congelaciones o mermas salariales. Se trata de un colectivo numeroso y casi intocable y se derramará honda coba sobre sus osamentas. Necesitan sus votos porque temen el auge de Ciudadanos. Abran fuego que demarra la subasta dadivosa. Pero a los autónomos, como siempre, que nos folle un pez.

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