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Los defensores de «la nostra llengua»

Belvedere ·

Hay un nacionalismo antipático, enfurruñado y faltón, que hace que sus causas acaben desagradando al resto

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 25 de febrero 2018, 09:37

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Hay algo profundamente perturbador en el nacionalismo que se dice valenciano, que en coalición con los socialistas gobierna la Comunitat Valenciana, y es la crispación que genera en la sociedad, la tensión que provoca con acciones y declaraciones gratuitas que no aportan nada, que no sirven para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, que no solucionan ninguno de sus problemas pero que envenenan el ambiente, cargan el aire de electricidad y corrompen las relaciones humanas e institucionales. Hay algunos personajes de ese peculiar mundillo localista, ruralizante y pueblerino (en el peor sentido de la palabra) que parecen permanentemente enfadados con el resto de la humanidad, tal vez a disgusto con ellos mismos, despreciativos hacia todo el que no pertenece a su club, un club del que sólo forman parte los que piensan como ellos. Son aquellos que utilizan las redes sociales no como herramienta de comunicación, intercambio pacífico de pareceres e incluso información y entretenimiento sino como paredón en el que fusilar al amanecer y sin juicio previo al discrepante, al que osa salirse del guión establecido por los guardianes de las esencias, verdaderos talibanes que afrontan cada nuevo día enfurruñados, iracundos y mal encarados. Sus comentarios, sus discursos en Les Corts, incluso su pose, sus gestos y desde luego algunos de sus proyectos, rezuman un odio, un resentimiento y un descarado revanchismo que requiere del diagnóstico de un psicólogo o incluso de un psiquiatra más que del análisis político. Y lo peor es que su gestión acaba contaminando causas que por encontrar en ellos a sus supuestos defensores logran justo el efecto contrario al perseguido. Los que se proclaman defensores del valenciano van a conseguir que muchos valencianos que no lo hablan o que no hacen uso de él con asiduidad terminen por odiarlo. Porque el problema de los fanáticos es que no son capaces de entender que una sociedad como la valenciana es diversa, poliédrica, imposible de encasillar, por lo que los discursos unidireccionales y excluyentes casan mal con la personalidad abierta de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Aquí no ha habido problema con el valenciano, más allá de la eterna discusión sobre su origen y su unidad o independencia del catalán. Pero la política impositiva a todos los niveles, desde que los niños nacen hasta, por supuesto, los colegios y las universidades, pasando por los comercios, las empresas y la Administración, puede provocar una reacción desfavorable en amplios sectores que hasta ahora no lo veían como algo antipático sino simplemente como la otra lengua de Valencia. Con la excusa de que es «la nostra llengua» -como si el castellano no lo fuera- tratan de construir y moldear una realidad y un proyecto nacional basándose en el uso exclusivo de una lengua a la que si nadie lo remedia van a perjudicar mucho más que impulsar.

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