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CUENTOS Y RELATOS

MIQUEL NADAL

Lunes, 19 de febrero 2018, 11:01

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Hoy en día hasta para vender un coche en un anuncio o proponer una política pública se exige una historia que la explique de manera emocionante. Un relato. Una empresa que tiene que vender mantas se plantea que no es nada si no tiene relato. Un territorio que se ve postergado reclama la necesidad del propio frente al resto de territorios. Un cocinero se exige a sí mismo todos los años una historia que explique en bonito la propuesta de la carta. De pequeño no lo sabía, porque Rafa Lahuerta aún no había nacido para contarlo, pero a mí lo que me gustaba del Valencia C.F. era no tener relato que contar. No había examen. Era el equipo de fútbol que llevaba el nombre de mi ciudad. Acaso el equipo que ganó la Copa del Generalísimo de 1967, cuando mi abuela me despertó al día siguiente con la imagen de Roberto Gil recibiendo el trofeo. No era más ni menos. No había metáfora de nada, ni respuesta a la tragedia de la guerra. Cromos de Claramunt o de Tatono. Una herencia genealógica o cultural, como ser del Don Bosco, si habías estudiado en los Salesianos. No le aplicabas un reactivo para comprobar el antifranquismo, ni una declaración de bienes a sus aficionados. General de Pie. Numerada. Sillas Gol y Tribuna. Tema 1 de la asignatura de la realidad de la estructura de clases. Del Levante, por ser del Gimnástico, era un vecino de mi abuela, De Nalda, el dels carros, y del Levante mi tío Gasolina, por trabajador de la Campsa, y de la peña levantina Dehesa. Mi tía Gasolina me preparaba puchero y crestas de pollo. Mi tío Gasolina era, por ese orden, buena persona, lector de El Caso y granota con la rajoleta inevitable. Aci viu un del Levante UD. No es la primera vez que cuento una terrible paradoja. La única foto integral mía, con mi padre y mis dos hijos es en el Ciutat de València, en un partido del Levante UD. Tengo mil motivos, y mil amigos para recordar mil veces que esto no es más que un partido de fútbol al que hay que acudir con la noble intención de ganar o de perder, sin mostrar odio, ni invocar el estéril relato de las lágrimas modo Charles Dickens. Como todas las parábolas de compensación, y ya lo estudió Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas, el relato es muy eficaz siempre y cuando uno no acabe creyéndoselo. En todo momento y como excusa para un roto y un descosido acaba perdiendo fuerza, como los antibióticos. Al fútbol se va con pipas, no con relatos. Uno no tiene que comer un día y puede saciar el hambre con el relato de la Cenicienta. Pero si los treinta días del mes no puedes comer, entonces no hay Cenicienta que valga. Hay un problema que hay que afrontar.

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