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Cucaracha, 1, persona, 0

BELVEDERE ·

Entre la emergencia climática y los derechos de los seres vivos hay veces que nos lo ponen complicado

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 7 de julio 2019, 09:35

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El ser vivo más rápido del planeta no es el guepardo ni el halcón peregrino sino -por lo que leo en una noticia de hace años- un hongo del estiércol cuya crecimiento es tan vertiginoso que su capacidad de aceleración destrozaría a un hombre. Pero si el mosquito tigre no es el más veloz sí que estaría al menos en la final de los cien metros lisos. Cuando descubro uno y me acerco a ver si es tigre o no tigre ya se ha ido en busca de mejores pastos, es decir, carne más jugosa que la de un flacucho. No hay manera por tanto de recurrir al clásico matamoscas, herramienta machista donde las haya, y no tengo más remedio que hacer uso de un spray que inmediatamente hace saltar todas mis alarmas mentales: ¿estaré contaminando el planeta? ¿Vendrá un inspector de la Conselleria de Emergencia climática a sancionarme? ¿Me incluirán en una lista de delincuentes potencialmente peligrosos para el medio ambiente? Cuando leo la composición del insecticida me espanto al detectar no sé cuántos productos químicos elaborados en fábricas humeantes y malolientes. En esas estamos, en mi duda existencial (¿mi salud, los mosquitos, el planeta...?), cuando al salir de casa descubro, ¡oh cielos, qué horror!, una cucaracha, pero no una cucaracha cualquiera, qué va, una cucaracha 5G, de última generación, grande, bien alimentada, con idiomas, doble grado y un máster. Una cucaracha descarada que lejos de salir corriendo como hacían las cucarachas de toda la vida se queda plantada mirándome fijamente, desafiante, diciendo aquí estoy yo y tú no vas a pasar por mi lado, conocedora de sus derechos medioambientales, de mis dudas a usar productos tóxicos, de la sensibilidad que la concejalía correspondiente y la conselleria y la dirección general del medio natural del ministerio de turno despliegan a su favor. Estoy por descalzarme y emprenderla con ella a zapatazos pero pienso que ese método será tachado de franquista y retrógrado. Le invito amablemente a hacerse a un lado para dejarme paso, que llego tarde a la reunión de la mañana, pero ni por esas. No me queda más remedio que llamar al ascensor para bajar en lugar de hacerlo por las escaleras, método mucho más saludable y que además evita el uso innecesario del elevador y el consiguiente consumo de electricidad. La cucaracha no se ha movido ni un milímetro de su posición mientras yo me bato en humillante retirada pero satisfecho al menos de haber contribuido a dejar a nuestros hijos un planeta habitable y de no que no recaiga sobre mi conciencia la dolorosa muerte de un ser vivo que tiene tantos derechos como cualquier persona. Pero conforme bajo los cuatro pisos que me separan de la planta baja un nuevo interrogante viene a acrecentar mi estado de ansiedad: ¿no vendrá ahora la consellería de vivienda bioclimática y sostenible a expedientarme por hacer un mal uso del ascensor teniendo como tengo unas estupendas escaleras a mi alcance?

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