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Comentaba aquí mismo hace un par de días el bellaco nivel de amplia deslealtad entre los políticos y ya asistimos a un nuevo fuego fatuo donde comprobamos la pasión hacia la puñalada y el baratillo mental que les empapa. La exministra Tejerina no estuvo hábil manejando las palabras pero, si nos fíamos del informe PISA que destripa las penurias de nuestra educación, no mintió. Que sus adversarios, en tiempos preelectorales, aprovechen la ocasión para lanzar gemidos, mugidos y llantinas envolviéndose en la bandera de la patria chica y fingiendo gran escándalo, es lo esperado. Pero que desde las propias filas de su partido aprovechen para desmarcarse, ponerse de perfil o atacarla sin recato, es repugnante y dice poco en favor de la regeneración que pretende acometer Casado. Tejerina, pues, doblemente vapuleada por atreverse a pronunciar lo que los estudios afirman y el personal más o menos sensato y experimentado en materia educativa comenta por lo bajini. De nuevo, el miedo absoluto ante el rodillo de la corrección política. Nadie surfea contra la ola dominante basada en el pensamiento blando, amable, buenista y tontorrón. Se cierran las bocas, desaparece el rastro de cualquier crítica. Entre apostar por la verdad o abrazar la cobardía, la mayor parte de nuestros líderes escoge la segunda opción, no sea que el griterío les pasaporte al banquillo o, peor aún, al paro. En cualquier caso, mientras Iglesias disfruta de un vis a vis con Junqueras, mientras la sombra de la desaceleración económica se alarga, sólo nos faltaba rivalizar sobre nuestros críos. Nuestros hijitos siempre son más guapos, más listos, más obedientes y más estupendos que los del vecino, esto es un principio universal y mejor no discutir sobre este dogma. La torpeza de Tejerina la supera de largo la cobardía de sus compañeros.

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