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LAS COMILLAS

JOSÉ MANUEL VILABELLA

Viernes, 5 de abril 2019, 09:20

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Cada escritor elabora su literatura como puede y se apaña con el lenguaje como dios le da a entender. Unos son finos y exquisitos y los analfabetos, como el firmante, lo destrozan a golpe de galicismos, lo maltratan inmisericordes con un exceso de adjetivos superfluos, se ciscan alegremente en la sintaxis. Siempre he huido del uso de las admiraciones pero me subyuga el poder omnímodo de las comillas y cómo convierten el jamón ibérico en pernil despreciable. Verbigracia: 'El ingeniero Nicasio devoraba un bocadillo de «exquisito» jamón con ansia indecorosa'. Las comillas de «exquisito» le dan al adjetivo un sentido contrario al que tiene y transforman al jamón en una mierda. Qué bonito, oiga.

En el mundo de las cosas del comer las comillas transforman lo auténtico en sucedáneo y lo fetén en simple fotocopia. Las comillas son una ráfaga de metralleta que transforma al 'honrado' en sinvergüenza, a la 'virtuosa' dama en putón desorejado, al «impecable» político en corrupto robaperas. Cuando Franco agonizaba, antes del histórico: «Españoles, Franco ha muerto», el primer periodista que echándole valor y jugándose el tipo escribió caudillo entre comillas comenzó el desmontaje del régimen dictatorial. Quitó, sin saberlo, la primera piedra de aquella pirámide construida lentamente en cuarenta años de democracia orgánica y sindicalismo vertical que estaba tan bien atado. No fue el presidente Suárez ni el Rey emérito. No. Fue el lenguaje, fueron las comillas del "caudillo", las que hirieron de muerte a aquel señor bajito que hizo de las sobremesas de café, copa y puro un espacio/tiempo infame, al utilizarlas para firmar sentencias de muerte.

Franco antes de morir estaba muerto aunque él, claro, no lo sabía. Era un difunto bien vestido y un político despojado ya de condecoraciones aunque siguiese entrando, bajo palio, en iglesias y catedrales y le aclamasen las masas enfervorizadas en la Plaza de Oriente. La vejez es eso, dejar sortijas y mechones de pelo en el lavabo, librarse de objetos amados, donar la biblioteca a las Hermanitas de los pobres y mearse por la pata abajo; la senectud -lo sé por experiencia- es pavor y esperanza, miedo y consuelo ante la parca. A Francisco Franco Baamonde, natural del Ferrol del Caudillo, unas simples comillas lo pusieron ante el paredón para que lo fusilase, sin piedad y miramiento alguno, inmisericorde y cruel, la Historia de España.

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