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Una ciudad atenazada por los tópicos

Espadas ·

ferran belda

Lunes, 30 de octubre 2017, 09:41

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Es de «locos de remate». Lo dijo el secretario general de la Cámara de Contratistas Manuel Miñés y no le falta razón. Después de rechazar un multimillonario proyecto a realizar en la altamente deficitaria Marina Real el Ayuntamiento de Valencia acordó el jueves paralizar las obras de ampliación de la entrada a Valencia por el norte. 28,9 millones de euros que se pueden volatilizar, no porque el Ministerio de Fomento amenace con marcharse con la música a otra parte, como ha querido dar a entender Joan Ribó, sino porque, como también le advirtió Miñés, es un disparate objetar fuera de plazo porque se necesitan siete años y 182 trámites para poner en servicio una obra.

Yo he de confesar que el día en que el alcalde redujo el inicial rechace al nudo de enlace de la A-3 con la V-30 a una simple protesta formal por una cuestión menor -los desvíos- me alegré. Interpreté que finalmente había entendido que no se puede jugar con el futuro de las comunicaciones metropolitanas. Pero me equivoqué. Ribó no es ahora más consciente de que lo que hoy es necesario en materia de carreteras mañana será apremiante porque le mentaron la bicha, «l'horta!», y ya le da igual perder 30 que 60 millones. Uno de sus socios de Gobierno decidió calificar de agresión a la huerta la culminación de los trabajos previstos en la V-21. Y como esto es lo último que hará un progre valenciano ya no atiende a razones. Todito te lo consiento menos que me acuses de profanar la huerta. Un progre autóctono puede trabajar en alguna de las instituciones que más hectáreas de suelo agrícola han invadido mientras avalaban informes contrarios a dicha ocupación, la Universidad de Valencia y la Politécnica. Puede incluso residir en una de esas urbanizaciones que han contribuido a alicatar el campo sin renunciar por ello a simpatizar con Per l'Horta. Pero desde que las protestas contra la ZAL equipararon a la degradada huerta de La Punta con el paraíso terrenal por nada del mundo consentirá que le acusen de atentar contra ella. O contra cualquiera de las barracas que la pueblan. No ha de extrañarnos, pues, que para el consistorio sean exactamente igual de valiosas las atípicas barracas que flanquean la V-21, que la que Teodoro Llorente elevó a la categoría de símbolo. Aunque «el pou que obri la humida gola» regurgite nitratos, «la porta franca, mai tancada» esté así a fuer de saqueos y lo que penetre en su interior no sean «les flors despreses i el flairòs perfum» sino ratas como conejos. Entiéndanlo. Si tienes interiorizado que «València serà València/ mentre quede una barraca,/ el Micalet de la Seu,/ un guitarró i una traca», y esto es algo en lo que nuestros modernos coinciden ya plenamente con nuestros antiguos, sacrificarás lo que sea menester. Incluso una obra pública machaconamente reclamada. ¿Por qué no?La huerta y sus barracas son sagradas. Antes morir que pecar. Firmado: Joan Ribó Goretti.

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