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Mientras el Ayuntamiento presenta las ideas para la reforma de la plaza mayor de Valencia, una nueva realidad impone sus normas en el centro histórico. Cada vez hay menos vecinos, en lenta pero incesante retirada ante el aluvión de turistas y la multiplicación de hoteles, apartamentos turísticos, franquicias de todo tipo, bares y restaurantes, verbenas, botellón y despedidas de soltero. Los cascos antiguos de las ciudades van camino de convertirse en parques temáticos, como ya le ha ocurrido a Venecia, que apenas conserva algo más de 50.000 residentes mientras recibe cada año 25 millones de visitantes. La peatonalización se impone, y parece lógica por lo que representa de humanizar las calles y adecuarlas para el paseo y el disfrute de los edificios monumentales. Pero al mismo tiempo, esta intervención urbanística provoca su progresiva 'turistización' al hacerlos más atractivos para los visitantes y transformarlos en terreno abonado para los negocios que les dan servicio. Mientras el número de hoteles se ha multiplicado en la última década, ¿cuántos de los servicios más elementales que precisa una familia han hecho lo propio? Hablo de colegios, guarderías, parques con juegos infantiles, ambulatorios o supermercados. Y también, por supuesto, de aparcamientos, de un lugar donde poder estacionar el coche con tranquilidad en unos barrios ganados para los caminantes. El riesgo de despoblamiento de la Ciutat Vella es tan evidente como difícil de parar. Y los ayuntamientos no disponen de mecanismos para frenar lo que es una moda global que va a ir a más. Viajar es barato y el turismo mochilero se ha impuesto, no hay más que recorrer el tramo de San Vicente entre la plaza de la Reina y la del Ayuntamiento para darse cuenta de la cantidad de establecimientos pensados en el viajero que quiere tomar algo rápido o consumirlo directamente por la calle mientras sigue la ruta que le marca el móvil. La reforma de la plaza del Ayuntamiento es un proyecto necesario, inaplazable, que debería hacerse con el mayor consenso posible y tratando de satisfacer las necesidades de colectivos como el de los floristas y comerciantes, que ya se han mostrado contrarios a la peatonalización total por cómo repercutiría en sus negocios. Es un espacio extraño, complicado, tanto por su estructura como por las diversas funciones que desempeña a lo largo del año (cabalgatas, procesiones, manifestaciones, entrega de premios, mascletaes, falla municipal, centro de eventos, escenario de conciertos...), aunque parece fuera de discusión que precisa de una reforma que lo haga más atractivo. Pero la gran tragedia de este proyecto es que un posible éxito seguramente sólo contribuirá a restar más vecinos del padrón en una Ciutat Vella que languidece.

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