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Joan Ribó, Enric Morera o Vicent Marzà son catalanistas. Esto no es un insulto, nada más lejos de mi intención, no está escrito con ningún ánimo despectivo porque ser catalanista es perfectamente legítimo, siempre y cuando se actúe dentro de la legalidad, con respeto a las normas, al Estado de Derecho. Decir que son catalanistas es una simple descripción de su pensamiento político, de su visión acerca de lo que creen que es y quieren que llegue a ser la Comunitat Valenciana, que para ellos es el Pais Valencià. No pueden ofenderse porque se les llame catalanistas como a mí no me molestaría que me dijeran valencianista o españolista, porque lo soy, aunque, eso sí, aclaro a todo el mundo que no creo que ser valenciano sea mejor ni peor que ser murciano, andaluz o vasco, ni que ser español le confiera a uno un plus de superioridad respecto a un alemán, un senegalés o un colombiano. Orgullo por lo propio, todo, nacionalismo supremacista a lo Quim Torra, cero. Pero volvamos a Ribó/Morera/Marzà, que junto con Vicent Soler estuvieron en la entrega de los premios Octubre y en la exaltación de los políticos encarcelados por su participación en el ilegal 'procés'. Afirmo sin ningún género de duda que son catalanistas porque son hijos (ideológicos) de Joan Fuster y de su concepción de Valencia como parte natural de Cataluña. Opinan -y no se esconden en decirlo- que el valenciano y el catalán son la misma lengua, que Valencia y Cataluña comparten historia y cultura, que forman una unidad y que esa unidad debería tener una plasmación política. Y actúan en consecuencia, subvencionando generosamente (con dinero público, de todos los ciudadanos) a las entidades que trabajan por el proyecto de catalanización de la Comunitat. A nadie sorprende ya, a estas alturas, la presencia de estos cargos institucionales en un acto así, como tampoco nadie puede extrañarse de que Morera invite a su homólogo catalán, Roger Torrent, a una celebración de los 600 años de la Generalitat Valenciana. Entra todo dentro del previsible guión. Lo que sí que deben hacer, y con urgencia, es ser sinceros cuando lleguen las elecciones, presentarse como lo que son, dejarse de equívocos, evitar los malentendidos, no jugar con las palabras y mucho menos con los sentimientos. Ser catalanista es legítimo, engañar al electorado no. Y destinar fondos públicos a entidades que promueven proyectos inconstitucionales y que, además, son mayoritariamente rechazados por el pueblo valenciano, tampoco. Eso es -no sé si jurídicamente pero sí desde luego éticamente- una malversación intolerable, una utilización de las cuentas de la Generalitat o del Ayuntamiento para la satisfacción de proyectos de interés personal, que no colectivo. Sean catalanistas si quieren, pero sean honestos.

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