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La familia es ese ente abstracto que se rige por normas no escritas en ninguna parte y a la que cada cual sobrevive cómo puede. Caes es en una al nacer, y ahí comienza la aventura. Es ese lugar que puede provocarte la mayor de las angustias, pero también es ese lugar que te permite bajar la guardia, retirarte la armadura, y mostrarte tal cual eres, sin fingir y sin necesidad de aparentar nada. Porque los que la forman te conocen bien y te han visto en toda clase de situaciones. Llámalo clan, llámalo red, llámalo tribu, llámalo familia: como quiera que lo llames, quienquiera que seas, necesitas una -dijo Jane Howard-. Es un campo de minas. Es un salvavidas. Es un tribunal inapelable. Es un refugio con las puertas siempre abiertas. Es una familia.

Como cada cual tiene la suya cada cual puede narrar la experiencia propia, sobre el modo en que se relaciona con sus seres queridos y las vivencias que se generan en el día a día. Que son muchas y variadas. Porque cada madre es un mundo. Y cada padre. Y cada hermano. Y cuando entran en juego tíos, abuelos, suegros, cuñados y nueras, el juego se complica más. Como todas las instituciones, cuantos más socios, más difícil resulta llegar a un acuerdo que convenza a todos. Lo de denominarla institución se lo inventó, con acierto, Groucho Marx. Una gran institución. Por supuesto, contando que te guste vivir en una institución.

¿Quién no ha tenido la sensación alguna vez de estar rodeado de la peor familia del mundo? Porque no te entienden, no te protegen o porque no reaccionan del modo que esperas. Y quién no ha experimentado en otro momento justamente lo contrario: el orgullo de pertenecer a un clan, la sensación de que no podrías caer en un lugar más apropiado y que en ningún otro lecho te sentirías más cómodo y representado.

No hay familias perfectas. Esto nos cuesta aprenderlo, pero es una lección que tarde o temprano llega. Es habitual dejarnos cegar por familias ajenas, viendo la perfección donde no existe, porque -y aquí va el quid de la cuestión- en todas partes cuecen habas. No falla. La pareja ideal que no deja de profesarse todo tipo de atenciones en realidad lleva una doble vida. El hijo perfecto que triunfa en nosequé parte del mundo termina figurando en un listado en el que a nadie le gustaría estar incluido. La relación inquebrantable entre dos familiares se revela, al cabo del tiempo, que simplemente lo era en apariencia. Y por mucho que estas situaciones se repitan y que incluso seamos capaces de reconocernos en ellas no podemos dejar de sorprendernos cuando descubrimos la quiebra en familia ajena. ¡Equilicuá!, nos decimos, como felicitándonos por el hallazgo. Como si no supiéramos que en todas casas -incluso en las reales- cuecen habas. Y en algunas, como en la de Don Quijote, a calderadas. Y si no estén atentos, porque esto no ha hecho más que empezar.

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