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Ahora que parece acercarse por fin la decisión del PP respecto a quién será su candidato a la alcaldía de Valencia resulta oportuno echar la vista atrás para analizar qué tal viene siendo la relación de la calle Génova con la dirección que encabeza Isabel Bonig. La cosa empezó regular, por decirlo suavemente, con la decisión de Pablo Casado de contar en su equipo con quienes le habían apoyado en el congreso en el que se impuso a Soraya Sáenz de Santamaría, y con ninguno de los colaboradores de la líder valenciana. Una toma de partido justificada en la obvia recompensa hacia quienes habían sido sus principales apoyos -o los que había heredado tras sumar a su candidatura las acciones de Dolores de Cospedal-, pero que dejó de lado que Bonig era, y es, quien tiene que encabezar la lista del PP para las elecciones autonómicas. Aquello sonó a portazo por el respaldo evidente que la dirección valenciana prestó a la hasta hacía poco vicepresidenta del Gobierno. El desencuentro siguió con aquella encuesta encargada por la dirección nacional para valorar las opciones de los candidatos a la alcaldía de Valencia, y de la que nunca se informó a la dirección regional. Y se ha completado con el fallido fichaje de última hora del abogado Manuel Broseta como número uno de la lista municipal. Una propuesta que en ningún caso partió de la dirección que encabeza Bonig y que tampoco contó con su aval el día que a la presidenta regional le pidieron opinión. No se han percibido demasiados espacios para el 'buen rollo' entre la dirección nacional del PP y la valenciana, por más que el acto celebrado en la Pobla de Farnals constituyera todo un éxito de asistencia. Y esa percepción, que la cúpula de Bonig atribuye a las interferencias que causan determinados cargos en Madrid, no ayuda en nada a las expectativas electorales de los populares. De poco servirá la suma de PP, Cs y Vox que esos partidos esperan poder hacer, o la perspectiva de que el partido de Santiago Abascal, con o sin la sobrina de Rita Barberá, logre movilizar al electorado de derechas que en 2015 se quedó en su casa, si el descalabro de los populares es de tal magnitud que lo termina impidiendo. La apuesta por María José Català es la más segura de las que se podían hacer -y lo era hace ya varios meses- en la ciudad de Valencia. No construir enredos respecto al liderazgo de Bonig, la fortaleza de Eva Ortiz o el control de Pepe Císcar en Alicante también deberían de ayudar a que el partido se centre en lo único importante: el 26 de mayo. A partir de esa fecha, y con los resultados en la mano, cabrá hacer otros análisis. Pero plantearlos antes supone hacerle el juego a los adversarios. Y que eso se le pase por la cabeza a algunos cargos del PP resulta de lo más preocupante.

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