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Se convirtió nuestra corrala política en un mundo nuevo lleno de ilusión a lo Karina. Los abanderados de la famélica legión caminaban juntos como hermanos, así en pandilla, acaso como en 'Novecento' o en 'Verano azul', destilando una perfecta hermandad. Se abrazaban, se besaban y se aplaudían los unos a los otros. Se querían. Mucho.

Manaba de sus parlamentos un tono y una pose muy propia de los adolescentes, de ese compañerismo juvenil que se supone inquebrantable hasta que, unos meses de después, ay, estalla una trifulca y entonces irrumpe el mal rollo. Durante la adolescencia las amistades cambian y las alianzas resultan volátiles. Florecen, tras las peleas, las tirrias y las manías que desembocan en esas purgas rancias que arrinconan al afectado. Ya no me junto contigo. Me has defraudado. No me dices las cosas a la cara. Todo esto suena muy a Gran Hermano, que no es sino la versión chunga y sin dragones de las intrigas por el poder en 'Juego de Tronos'. C. Bescansa ha explotado porque percibe la más que probable hemorragia de votos que sufrirá Podemos como consecuencia de su nebulosa actitud ante el independentismo. Y Carolina, desenfundado su lengua, ha osado romper la disciplina estalinista y la sagrada palabra del gran timonel. No tardó en salir la escudera Montero para afearle la rebelde conducta. Esas cosas se hablan en la reuniones pero no se ventilan frente a los medios, vino a decir desplegando su habitual cháchara. Vaya... ¿No eran ellos los genuinos representantes de la transparencia? Su cráneo y sus bolsillos eran de cristal. Ellos, seres puros, jamás se comportarían como los mamelucos de la política tradicional. El fustazo de Bescansa les ha trasladado a la mayoría de edad, al mundo real. Su célebre criatura llora apenada porque el tiempo de los abrazos pasó.

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