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En tiempos de metaverso e inteligencia artificial, en tiempos de Benidorm Fest, las academias, todas menos la del Cine, parecen instituciones que se apagan. Con ... gran esfuerzo, algunas mantienen encendida una pequeña luz de sagrario, una 'mineta' de aceite que recuerda el tiempo de su mejor esplendor. Hasta que llega un día del año, a lo sumo dos o tres, en que brilla de repente con una llama renovada. La Academia de San Carlos, dos y siglos y medio bien llevados, nos dio el martes uno de esos instantes de fulgor, por desgracia tan escasos. Tomaba posesión como académico un arquitecto, Carlos Campos, y respondía a su discurso otro profesional de la piedra antigua, Arturo Zaragozá. La ceremonia -ya no hay música en vivo, se ha archivado el antiguo protocolo- duró no mucho más de una hora. Pero a lo largo de ella, y ahí reside el valor de lo académico, desfilaron por mi memoria cincuenta años de debates periodísticos y cívicos de Valencia: desde el derribo del palacio de Ripalda a los temores por la nonata Casa del Relojero. Es decir, el debate entre la convivencia de lo antiguo y lo nuevo, entre lo añadido y lo que se debe conservar, que anima a todas las ciudades con historia.
Carlos Campos usó ejemplos de otros maestros, como era de rigor. Pero Arturo Zaragozá dio el recital de imágenes que yo esperaba sobre la obra del nuevo académico. Que va desde el Santuario de la Balma y San Jaime de Vila-real, al castillo de Benisanó y la Bolsa del palacio Boil. La calle de San Vicente que pisamos cada día, es un diseño de Carlos Campos. Pero en la restauración del complejo de la Petxina es donde el arquitecto puso en práctica sus reglas de respeto y sensibilidad, esa armoniosa forma de hacer compatible lo original con lo que el edificio rehabilitado necesita para ser útil y eficiente.
La parroquia del Carmen y la de San Martín, la pequeña joya de la alquería de Juliá y la gloria apabullante de San Nicolás. Y ahora, pasito a paso, los Santos Juanes. Y es que restaurar pinturas que conducen al cielo es imposible sin un arquitecto que se ocupe de las grietas, la suciedad de las palomas y los humildes canalones. Un maestro que haga convivir, sin estridencias, lo nuevo necesario y lo antiguo conservado. Basta con dejar en la almohada la vanidad y entender que la buena arquitectura es el camino más sencillo para transitar de un tiempo a otro, hasta hacerlos convivir con calidad y eficacia.
En las cien polémicas sobre intervenciones en la arquitectura antigua que se pueden encontrar en los periódicos, Carlos Campos no aparece. Su equilibrada mesura, basada en el respeto sensible, tiene que ser la respuesta. Por eso, ahora, es académico de San Carlos. Y la llamita, me parece a mí, no se apaga del todo.
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