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Cañas y barro

Haciendo bien lo más caro y heroico, los valencianos no acertamos con problemas eternos: cañas y mosquitos

F. P. PUCHE

Jueves, 19 de septiembre 2019, 07:52

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Cada día se ven pruebas ciertas de la mutación que han causado las aguas, excavando en partes el terreno para rellenarlo después con escombros, y abrirse últimamente nuevas sendas, surcando las superficies que habían igualado...». En su recorrido por nuestras tierras, tan ásperas como generosas, Antonio José Cavanilles dejó aviso sobre el poder terrible de ríos, ramblas y barrancos. Pero que yo sepa no dijo nada sobre la maldad de las cañas, que en su tiempo se usaban masivamente, en construcción y en agricultura, cuando se talaban y quemaban los cañaverales para que brotaran luego con más vigor.

Vicente Lladró, mi Cavanilles contemporáneo, dejó el aviso hace dos semanas, cuando vino la primera DANA: tenemos un problema, incluso político, con las malditas cañas, que apenas dejan un canalillo para ríos menguados o secos. Hay por ahí un vídeo que se debería poner en las escuelas (de Ingeniería): el Albaida, un regato en Manuel, pasa en tres minutos a ser una masa flotante de cañas y vegetación arrancada de cuajo y convertida en amenaza. Esto es recurrente y lo sabemos de sobra. Pero es lo que hay: cañas y barro. El Xùquer, en algunos sitios, casi no se ve. Pero ahí andan los de la política, tercos como mulas, sin conseguir un entendimiento para la presidencia del Gobierno ni para las cañas: la Confederación Hidrográfica y la Consellería, la Diputación y los ayuntamientos, pisándose la manguera, dificultándose la labor, llamándose andana y gastando antes en discomóviles y mamonadas, en ecologismo de salón, en tonterías ilustres con las que dicen que combaten un cambio climático que, si de verdad existiera, habría que combatir con hacha y fuego y no con teoremas.

Solo los daños de esta terrible gota fría, solo la devastación y el dolor que ha causado, debería haber bastado para que los líderes de los partidos se reunieran y se pusieran a colaborar con el Gobierno. Pero en España, hasta las desgracias se usan para competir y separarse. ¿Cómo va a haber concordia sobre la limpieza de cauces y barrancos?

Pese a ellos, el balance moral de la desgracia es razonablemente bueno. Ha funcionado el mecanismo de prevención y alerta, el de socorro, salvamento, atención social y limpieza. Todos han respondido y han dado el callo, desde la primera voluntaria al más experto bombero. Incluso el barco de Denia se ha hundido un poco más para esconder las vergüenzas que se querían tapar con pintura. Sin embargo, nos ha fallado, y no es broma, el dichoso asunto de las cañas, al que habrían de meter mano en serio, como si fueran políticos responsables, como si estuvieran en el cargo para algo, como si discurrieran alguna vez con sentido práctico.

Porque es terrible que, sabiendo hacer lo más difícil y caro -desde usar helicópteros con heroísmo a controlar la red de presas científicamente- nos esté fallando, aquí en la marjalería valenciana, lo más elemental: las cañas y los mosquitos.

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