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En los cruces de los grandes polígonos industriales hay rotondas grandes, de las más grandes, inmensas, porque sólo así caben los mastodontes del transporte que las toman incesantemente para buscar su ruta, hacia las fábricas o almacenes del entramado poligonero. Son rotondas enormes y aún así no dan abasto. Tardas unas semanas en pasar por un sitio de estos y cuando vuelves descubres que la cosa ha ido a más, están saturadas. La aglomeración del tráfico industrial/comercial es agobiante. Muchos coches, desde luego, cada vez más; y furgonetas, de las pequeñas, medianas y grandes; más camiones y camioncetes de reparto, en un ir y venir de todos que ya no tiene casi horas punta ni ratos de relajamiento; pero lo que de verdad atosiga e impresiona es la profusión de trailers de gran tonelaje que entran y salen por todas partes, con matrículas españolas y extranjeras, de cualquier país. La intensidad del trasiego no da respiro, abarca cualquier horario y en todo momento te pilla la cola, el atasco, porque además hay rotondas por todas partes, y es de comprender que sólo así puede darse entrada y salida a tanto vehículo de transporte. Y uno, atónito en uno de esos pasajes, aguardando que se mueva la fila, a la espera del momento propicio para meterse en la rotonda, dispuesto a hacer acopio de habilidades para pasar el trance rodeado de gigantes y poder salir indemne, se pregunta: ¿todos estos bichos cómo funcionan?; sus motores van con gasóleo, ¿no es eso? Y de pronto se recuerda aquella frase solemne de la ministra que alteró, según dicen, el mercado automovilístico: «El diésel tiene los días contados», proclamó, y todos se pusieron a especular con las consecuencias o lo que fuera. ¿Los días contados? Pasen por un gran polígono o fíjense en el 'by pass' y lo comprenderán.

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