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EL CAMINO AL GRAO

«En invierno se formaban carriladas en el suelo fangoso, y en verano, nubes de cegador polvo hacían molesto el tránsito»

TEODORO LLORENTE FALCÓ

Sábado, 29 de junio 2019, 11:20

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Las generaciones modernas no pueden tener idea de nuestras carreteras de antaño. El suelo de Valencia y la machaca con que se arreglaba eran factores ambos para que en invierno se formasen tales carriladas y un piso tan fangoso que constituían la desesperación de los conductores de toda clase de vehículos. Y en verano, nubes de cegador polvo hacían molestísimo el tránsito por ellas.

Nuestro camino del Grao, tan bello con su cuádruple tira de árboles (por entonces no habían sido puestas en juego las influencias municipales en favor de la Compañía de Tranvías), era un verdadero encanto, cuando las lluvias no lo llenaban de baches o un verano excesivamente seco lo cubría con una espesa capa de polvo.

  • ·Este artículo pertenece a las Memorias de un setentón, una recopilación de evocaciones publicadas entre 1943 y 1948 por Teodoro Llorente Falcó, segundo director de LAS PROVINCIAS

El movimiento de carruajes de todas clases por dicho camino era grandísimo. Iba el tranvía de caballos al trote con su elevado imperial por el arcén de la derecha, y el de vapor, el famoso 'Ravachol', por el Hondo. La pista central quedaba para todos los demás vehículos, cuyo núcleo principal lo constituía la carretería.

Eran interminables las hileras de carros que iban y venían de Valencia al puerto y viceversa. Rompían esta monotonía las tartanas de cortinas rojas, alquiladas por asientos. Solían tener su punto de parada a la entrada del puerto, y en Valencia, junto al edificio del Palacio de Justicia, antes Fábrica de Tabacos. Pescadoras y cigarreras nutrían el pasaje de estas tartanas. Por las tardes, en verano, cuando el sol estaba muy cercano al ocaso y disminuía mucho el ir y venir de la carretería, veíanse algunos coches de lujo que se dirigían al contramuelle.

Hecho destacado en los fastos de este camino fue la instalación de las vías metálicas en 1892, siendo alcalde don Eduardo Berenguer.

Por entonces esta vía comercial no era una calle, como en la actualidad, con almacenes, talleres y casas de vecindad. Desde el primer óvalo hasta la línea férrea del Norte apenas si se habían construido aún algunos edificios. De trecho en trecho recreaba la mirada alguna alquería rodeada de frutales o se entreveía una barraca medio oculta entre frondosa arboleda o espeso trigal.

Un año surgieron dos extrañas construcciones que parecían transportadas de países lejanos: los chalets de don Juan Navarro Reverter, que entonces vivía en Valencia, y de don Elías Martínez. Con sus verjas de hierro, sus árboles de lujo, sus cuidados andenes, sus macizos, la traza suiza de su arquitectura; era algo que sorprendía en todo aquel trayecto tan valenciano.

Valencia continuaba viviendo de espaldas al mar. Los más interesados en el tráfico del puerto habitaban en Villanueva del Grao, como oficialmente llamábase al caserío más próximo a nuestra dársena y que tenía independencia municipal. Los vecinos de la ciudad sólo iban al mar en verano para sumergirse en sus aguas o tomar el fresco. El Cabañal, también con el pomposo nombre de Pueblo Nuevo del Mar, era lugar de amenísimo veraneo.

¡Cuántos no recuerdan aún aquellas alquerías (así se llamaba a las viviendas) de las calla de la Reina y de San Rafael!

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