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BLASCO IBÁÑEZ VISIONARIO

En 'La reina Calafia', novela de 1923, el escritor valenciano imaginó con décadas de anticipación el invento de las casetes o el cine en casa

RAFA MARÍ

Lunes, 16 de abril 2018, 09:59

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Sorpresas. Con la compra en la pasada Feria del Libro de Ocasión de varios libros de y sobre Blasco Ibáñez, mi conocimiento de la obra del escritor valenciano ha aumentado considerablemente. Y no paro de llevarme sorpresas. En el quinto tomo -1.080 páginas- de la solvente 'Historia de la Literatura Española' (Gredos, 1999), Juan Luis Alborg (Valencia, 1914 - Estados Unidos, 2010) afirma que 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis' es «una de las mejores novelas de Blasco, probablemente la mejor de las muchas que se escribieron sobre la guerra».

Prestigio. Es la primera vez que leo algo tan rotundo sobre una novela cuyo prestigio literario es, en general, solo discreto. Por mi admiración a Blasco y mi autoestima valencianista, el elogio del historiador Alborg me sabe a gloria.

'La reina Calafia'. Todavía es mayor la sorpresa que me llevo con 'La reina Calafia', escrita entre febrero y mayo de 1923 (¡una novela ambiciosa en poco más de tres meses!). En este relato ambientado en Hollywood, un Blasco visionario y defensor apasionado del cine (frente al recelo miope y terco de los escritores de su generación: Azorín, Unamuno o Baroja, reacios a la modernidad) anticipó el invento de las casetes o vídeos, entonces una propuesta con aires 'a lo Julio Verne' y hoy una tecnología de uso cotidiano en todo el mundo.

Celuloide. Frente al precio de las cintas de celuloide, Blasco pensó que la universalidad sólo podía lograrse cuando se pudieran proyectar películas en cualquier lugar del planeta, no en salas de cine, sino en casa y con unos artilugios técnicos no caros. Blasco pone esas ideas futuristas en boca de Balboa, un ingeniero industrial apasionado por los inventos, a los que dedica su tiempo y dinero. Balboa había encontrado el modo de sustituir la cinta de gelatina por un simple rollo de papel.

¡Qué revolución!. «Las gentes podrán comprar en las librerías una obra cinematográfica para proyectarla en el aparato de familia», exclama Balboa en el primer capítulo de 'La reina Calafia'. «¡Qué revolución! Una novela puesta en imágenes no costará más cara que cuesta hoy impresa en volumen», añade el ingeniero inventor. «Todos podrán tener en su domicilio una biblioteca de libros cinematográficos, al mismo precio que ahora la forman de libros encuadernados».

Ródchenko. Hablando de revoluciones. Comentaba el otro día, a propósito de la exposición de Ródchenko en el IVAM, que echaba en falta el declive de las vanguardias en medio del aterrador culto a la personalidad de Stalin. Ramón Escrivá, comisario de la muestra (sabio en lo suyo y ajeno a las pedanterías), me aclara que, en efecto, no se ha publicado catálogo sobre Ródchenko, pero si una pequeña revista de edición reducida (ya agotada) que no a todos los críticos nos ha llegado. A mí desde luego no. Escrivá me la remite en edición digital. En esa revista sí se aportan datos de aquellos años de la Revolución rusa y el estalinismo.

Plan Quinquenal. «La cohabitación con la vanguardia constructivista que el régimen de Stalin había heredado y tolerado durante el Primer Plan Quinquenal, en el que artistas como El Lisitski, Gustav Klucis o el propio Ródchenko pudieron realizar obras cumbres de la fotografía, el fotomontaje o del diseño de vanguardia, dio paso a un proceso de persecución y desmantelamiento de sus estructuras organizativas y sus medios de difusión, que daría por finiquitada su aventura experimental», escribe Escrivá. «A partir de estos momentos, el régimen impulsará una suerte de infantilización de la cultura en la que se primará un discurso de la sencillez con el fin de obtener la cándida aprobación de las masas campesinas».

Ensalzar a Stalin. «El fotomontaje, el cine y la fotografía experimental», sigue diciendo Escrivá, «dejaron de ser la carta de presentación del país de los soviets en el circuito internacional, para dar paso a un resurgimiento de la pintura figurativa que ensalzará de igual manera a Stalin como a las gestas del pasado ruso, y reconstruirá simbólicamente -en una suerte de neo academicismo- las ansias de progreso de una población esquilmada, en forma de sonriente arcadia socialista».

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