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Desde el autobús de la línea 31 en el que al mediodía volvía ayer a casa pude observar cómo un ciclista se saltaba un semáforo en rojo en el cruce de Doctor Moliner con Artes Gráficas para, tras sortear primero a varios peatones, obligar a pegar un frenazo al coche que circulaba correctamente y que tenía la luz verde. Las infracciones en los vehículos de dos ruedas están a la orden del día, como las que protagonizan los conductores o los peatones, pero en su caso disponen del visto bueno de una concejalía del Ayuntamiento de Valencia, la de Movilidad, que piensa que alentando la ley de la selva favorecerá la implantación y la extensión del uso de este medio de transporte. Es perfectamente comprensible que la Policía Local exiga que la nueva ordenanza contemple la identificación fácil y veraz de las bicicletas, en previsión de posibles incidentes, y que no se conforme con lo que en principio está previsto en el texto impulsado por la delegación del polémico Grezzi. Se trataría, simplemente, de que los nuevos vehículos que cada vez tienen una mayor presencia en las calles de nuestras ciudades (bicicletas y patinetes eléctricos) operen con las mismas reglas de juego que coches, furgonetas, autobuses y motocicletas, sin absurdos privilegios. Es, igualmente, perfectamente razonable que también pretenda la policía que las bicis circulen por su carril exclusivo y que no se establezcan zonas de indefinición reglamentaria que en un futuro puedan dar lugar a enfrentamientos callejeros. No es una reclamación de un partido de extrema derecha, ultraconservador, ni de la asociación de fabricantes de coches, ni nada por el estilo, como a buen seguro se encargará de airear el bombero-pirómano, sino de una delegación municipal en manos del PSOE, socio de gobierno de los nacionalistas/ecologistas/excomunistas de Compromís, que ve con preocupación la deriva de la movilidad urbana en Valencia. Porque da la sensación de que políticos que contemplan el moderno anarquismo con indisimulada simpatía aspiran a prohibir, restringir y obstaculizar la circulación de los automóviles mientras permiten que las bicicletas campen por sus respetos, sin tener que acogerse a normativas, libres de poder saltarse semáforos o de utilizar calles peatonales. Mientras tanto, en ese autobús de la línea 31 que me llevaba a casa, el comentario de dos jóvenes profesionales que habían subido en la parada de El Corte Inglés de Pintor Sorolla es que esa misma mañana, a primera hora, habían pasado dos autobuses con el cartel de 'Completo', por lo que uno de ellos había llegado tarde al trabajo, prueba inequívoca de un servicio insuficiente y de una imprevisión de la dirección de la compañía. Todo sea por las bicis, principio y fin de la política de movilidad.

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