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Algunos nos rendimos ante el poder de la pólvora al contemplar por primera vez esa joya del cine negro, 'El demonio de las armas', dirigida por Joseph H. Lewis en el 50. Una pareja, ella rubia platino de fatalidad, él un tanto simple pero enamorado hasta la coronilla, atraca bancos. Dicho así suena rutinario, pero rara vez el género alcanzó tales cotas de poesía, créanme.

Esta mezcla de armas y celuloide se fortalece si además eres fan de John Wayne y gozas cuando desenfunda su revólver en, por ejemplo, 'El hombre que mató a Liberty Valance'. Precisamente, el lío de Vox con ese derecho que ellos entienden merecen los españoles a la hora de defenderse, ha provocado que alguien de Ciudadanos haya comentado que eso sería trasladarnos a los tiempos del «lejano oeste». Cuidado con las sugerencias porque me corroen deseos oscuros por apuntarme a esa suerte de liberación armamentística aunque sólo sea para imitar a William Holden en 'Grupo salvaje', otra obra maestra. Por suerte, creo, de momento ningún partido político ha recurrido a la época de la ley seca, pues en ese caso también me mostraría favorable porque nadie derramó tanta elegancia como aquel Albert Finney disparando una metralleta Thompson, la del sensual cargador redondo, en 'Muerte entre las flores' contra los sicarios de una banda enemiga. Lo dice un personaje de la película: «El viejo sigue siendo un maestro con una Thompson entre las manos...». Me encantan las armas por su diseño y su influencia en los largometrajes que me marcaron a sangre y fuego. Pero en la vida real las muertes no son el recurso de un guionista. Habla Abascal de los «españoles honrados» que pueden blindarse con una pipa en casa. Vale, pero los españoles honrados a veces también sufrimos cruce de cables y por eso prefiero no disponer de una cacharra en el hogar.

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