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Este artículo no va de Fallas

Este artículo no va de Fallas

Una pica en Flandes ·

Las fiestas de mi ciudad tienen más de carnaval de Río y menos de hoguera ante el taller del carpintero

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 18 de marzo 2019, 08:40

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Por sexto año consecutivo me siento obligado a dedicarle esta columna a las Fallas. Escribiendo en el diario que blasona de su decanato en la prensa de la ciudad, ¿qué otra cosa se puede esperar de mí cuando llegan tan señaladas fechas? Algo parecido me sucede al presentarse la Navidad, la vuelta al colegio o el comienzo de las rebajas; que me veo forzado a hablar de esos temas. El columnista aplicado no es otra cosa que un locutor de almanaque, un autor del calendario Zaragozano de la política, el fútbol y las costumbres modernas. En mi caso habría que añadir esa insistencia tan mía en que todo tiempo pasado fue mejor, en que todas Fallas pasadas fueron mejores. Y no, no. Detesto tener la sensación de que no soy libre para escribir lo que me nazca.

Y lo peor de repetir tanto un tema es que lógicamente me repito yo. Escribir de Fallas es volver a insistir en que sobran visitantes de botellón y despedida de soltero, en que la multitud devora estos días espacio y aire fresco en Valencia como hormigas apelotonadas sobre un escarabajo patas arriba, en que huele a pis y vomitado por las calles del centro, en que los chicos cada vez tienen menos cuidado con los cohetes que disparan sin mirar, en que las verbenas no respetan las horas de sueño de los vecinos o en que el corcho blanco de los monumentos hace de la noche de San José una noche sin estrellas, noche de humo negro cubriendo el cielo. En que conforme pasa la vida las fiestas de mi ciudad tienen más de carnaval de Río y menos de hoguera ante el taller del carpintero, más de reclamo turístico universal y menos de celebración de barrio. Mis compañeros de generación si no son falleros se marchan de Valencia en Fallas, se sienten expulsados.

Si hablase de Fallas necesariamente redundaría otra vez en mi nostalgia de las mascletaes cogido a la reja, sin perímetro de seguridad, y de la primera vez que me dejaron salir después de cenar; de la revista El Fallero y de la curiosidad con que le dábamos la vuelta a cada ninot; de los paseos con mis padres hasta Na Jordana y del chocolate con buñuelos en casa de los Nogués; de que los muebles viejos se bajaban a quemar con la falla y de que cada vez que se escuchaba una banda salíamos al balcón a ver pasar a las falleras; de las falleras mayores a las que he mantenido de mi puño y letra y de cuánto lloro cuando mis hijas desfilan en la ofrenda. Mi nostalgia de una primavera que no duraba doce meses. Regresaría a eso de que las Fallas son el decorado de mi infancia.

Por otro lado, ¿quién lee el periódico en Valencia en Fallas? Nadie. No, este año no me pillan. Este año no vuelvo a escribir sobre Fallas. Que no. Además, sin Majo no me sale. Si quiere el director que me llame y me obligue. O que me envíe a Pablo Salazar que también será fallero de cuando éramos pequeños y se lo explico. O me lo explica bien él a mí.

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