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Vengo de un tiempo en que nadie sabía quién dirigía los museos. El asunto no importaba a nadie. De modo que eran muy raras las entrevistas en los periódicos a unos profesionales que estaban en lo suyo, oscuramente, investigando y restaurando, sin ser, como ahora, objetos de exhibición mediática o de ridículas batallas políticas.

Vengo de una época en que lo que le interesaba al público era el contenido de los museos, no las opiniones, tendencias, sofocos o maniobras de sus directores. Íbamos a los grandes museos, al Prado y al San Pío V, al Rijks o al Louvre, por lo que dentro nos estaba aguardando. Y desde luego dábamos por sentado que a los directores los ponía el ministro de Cultura correspondiente. O el presidente de la fundación de turno si era una institución privada. Pero habíamos soñado largamente, habíamos ahorrado en el calcetín para ir algún día a ver los frisos del Partenón, una Grupa de Sorolla, la Victoria de Samotracia o la Rendición de Breda sin importarnos quién dirigía la institución y mucho menos del pie político que cojeaba. Con las salas de conciertos pasaba igual. ¿Qué más dará quién dirige el Concertgewaub si lo que yo quiero es escuchar a Brahms? Las normas antiguas podían ser poco democráticas, pero nadie se calentaba demasiado la cabeza: vivíamos en la inocencia y Carmen Alborch o Felipe Garín eran estupendos; hasta que la primera tiró al segundo de la dirección del Prado por una gotera.

La política y las autonomías trastocaron mucho las cosas. Los grandes museos y auditorios del mundo, los que nos hacían gastar los cuartos en coleccionables a falta de tiempo y dinero para viajar, empezaron a tener enanos competidores, museíllos de segunda división. Y pronto empezó a darse una errónea batalla política, un sinfín de dimes y diretes de vuelo corto que acabó pariendo el angustioso modelo actual, el que llamaríamos de concurso-cata-oposición-recurso-sentencia-destitución de directores... que además no programan ni se mojan, sino que sacan a concurso los contenidos. Gracias a eso, pasa lo que está pasando: los periódicos tienen que publicar mapas para que el público sepa quién dirige cada institución. Y ellos y ellas, sin un duro de presupuesto, se dedican a decir cosas en twitter para atraer a un público... que lo que quiere de verdad es ver cuadros de Kandinsky y esculturas de Calder.

Cuando ya ha cesado en el empleo, un tribunal acaba de sentenciar que la directora de À Punt fue nombrada erróneamente. Al director efímero de un auditorio cerrado por ruina le han robado un montón de dinero en el despacho. El IVAM estrena directora y a lo mejor es posible que volvamos después de seis largos años.

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