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Urgente Bertín Osborne y Taburete, entre los artistas de los Conciertos de Viveros 2024

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Manolo Mata es un poeta, además de otras muchas cosas. El número dos de los socialistas valencianos se ha referido esta semana con la expresión «armonía botánica» al estado de buenrollismo que, según él, existe entre los partidos que firmaron al pacto que sostiene al Consell de Ximo Puig. Me gusta ese intento de blanquear las últimas discrepancias entre Mónica Oltra y Gabriela Bravo, con la excusa de las comisarías de violencia de género aunque las verdaderas razones fueran otras, o el fuego de artificios montado por Compromís tras votar el Consell a favor de la senda de déficit.

Se acercan las elecciones y toca dar apariencia de buenismo a lo que durante buena parte de la legislatura ha sido soterrada labor de desgaste. Imagino que Mata no se refiere ni a los dossiers cruzados sobre altos cargos entre los socios de Gobierno ni a las ocurrencias que circulan vía whatsapp para ridiculizar a los teóricos 'compañeros' de Gobierno.

Quiero ver si la negociación de los últimos presupuestos de la legislatura no arruina esa forzada alegoría de la felicidad a la que Podemos sigue empeñado en colaborar desde esa invisibilidad voluntaria que ha asumido. El debate de esta próxima semana marca el inicio de un curso que arranca como terminó, con los mismos resbalones por parte de quien ya los sufría -¿qué hace el delegado del Gobierno interviniendo esta semana como secretario de l'Horta Nord en un acto de su partido sobre la renta valenciana de inclusión?-, con similares ambiciones mal contenidas -ese trabajo de José Muñoz para consolidar sus opciones de futuro no pasa inadvertido- y con incógnitas que habrá que resolver, como el futuro del cartel electoral de los socialistas en Ontinyent o el papel de Jordi Sebastià en las candidaturas de Compromís.

Y junto a todo eso, ya se sabe, el PP valenciano y sus decisiones pendientes. César Sánchez ha anunciado que no volverá a optar a la alcaldía de Calpe y medio partido ha entendido que es el primer movimiento para aparecer en las listas autonómicas, no sea cosa que a Isabel Bonig no le vayan bien las cosas.

Y luego está lo de Valencia. La búsqueda de un cartel electoral sobre el que depositar la responsabilidad de resolver en ocho meses lo que no se ha abordado en tres años: el liderazgo del partido. La dirección regional acaricia la opción de un candidato independiente, salvo que González Pons acepte participar en esa trampa que sería ir en las listas europeas y, al mismo tiempo, en las locales. Dudo que Pablo Casado admita que en su partido no hay un solo militante capaz de optar a la alcaldía de Valencia. Porque, si lo hace, ¿quién le va a pedir al partido en la ciudad que le haga la campaña? ¿Quiere el PP parecerse a Ciudadanos con una lista de diseño? ¿Alguien preferirá a la copia sobre el original?

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