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Apología de la hipocondría

MARCADOR DARDO ·

No puedo dar ninguna lección, pero solo acepto las justas

MIQUEL NADAL

Viernes, 17 de abril 2020, 07:32

Si el Alcalde hizo una 'Crida' en contra de la hipocondría, yo me comprometo a escribir una al contrario, totalmente a favor. Los hipocondríacos hemos sufrido mucho en el pasado, objeto de constantes burlas, y hasta en el mes de enero, cuando nos frotábamos las manos con el gel, algunos nos miraban condescendientes, como si tuviéramos un trastorno compulsivo. Con las películas de Woody Allen el hipocondríaco es materia de escenas memorables de la historia del cine: «¿Cuál es la frase más bonita del inglés? No es maligno». Se cuenta, y hasta acredita la Wikipedia, que el cuerpo de Gabriel García Márquez se llenaba de golondrinos en la primavera, hasta que se los colocó a Aureliano Buendía en 'Cien años de soledad', y así pudo librarse de ellos. El hipocondriaco es pacífico, temeroso de Dios y de los hombres. Busca sus síntomas. Sufre incomprendido sus temores, pero en caso de tener algo que ver con la gestión pública, sus decisiones no son nunca inconscientes, ni sazonadas con símbolos, mitos o ideologías. Es probable que a partir de ahora coticen a la baja aquellos que siempre confían la decisión a que no pase nada, y sin embargo gane en respeto la cautela. Para el futuro que nos separa tendremos que hacer acopio de serenidad y conocimiento. Más compasión, y menos relatos teatrales. La pandemia nos inmunizará contra los sermones, los relatos y las opiniones de baratillo de tertulia cuando eso afecte a la vida. Contra el uso sin brillo, puro corta y pega, de la retórica de Churchill y los discursos de Nueva Frontera de Kennedy, cuando lo que queríamos, por una vez, es que se nos contara la dimensión de la tragedia actual. La del presente. Sin recortes del pasado. Sin fotos trucadas de ataúdes. Sin escopetas de feria con las que disparar al político aturdido. No puedo dar ninguna lección, pero solo acepto las justas. No me quejo. Quejarse del confinamiento es para hacérselo mirar. Por los que lo pasan mal, pudiendo trabajar desde casa, con queso Conté, provisión de vino, leyendo 'El enfermo imaginario' de Molière, algún volumen de La Pléiade, por ejemplo las Memorias de Charles de Gaulle, poner morritos de doliente ofendido no debería estar admitido. Son otros los motivos del enfado, que no afectan a la incomodidad, sino a la exigencia, moral si se quiere, de que esto no puede volver a pasar. Uno no vio nacer a sus hijos o a los hijos de vecinos y amigos, ni seguir su infancia feliz, ni se alegró del resultado de sus carreras como para asistir impasible a que luchen por nosotros en la batalla de Gallipoli, sin material, mientras nosotros nos creemos héroes en un balcón. No quiero aplaudirles. Quiero poder mirarles a los ojos.

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