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Urgente Muere el mecenas Castellano Comenge

Antonio Cabrera

CÉSAR GAVELA

Miércoles, 19 de junio 2019, 08:12

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Antonio era andaluz. Pero vino pronto a Valencia, y aquí arraigó como persona, como escritor, como gran observador lírico de la naturaleza y la vida. Antonio tenía un decir profundo, pero sencillo de formas; sabía de la ligereza de los pájaros, una de sus pasiones, y también de la eternidad de los pájaros. Sabía que la vida era un misterio, un tramo breve y luminoso, un campo ardiente para el corazón y la dignidad. Y también sabía que los grandes poetas, como él lo era, por lo general no necesitan publicar muchos libros para revelarnos su forma de estar en el mundo, de sentirlo. A San Juan de la Cruz le bastaron cincuenta poemas para ser el más grande creador de un idioma que hoy hablan 550 millones de personas. A Antonio Cabrera le bastaron media docena de libros para quedar en la memoria del idioma y para quedar en la memoria de quienes le conocieron, le admiraron y le quisieron. Y en la de otras personas que lo leyeron y se interesaron por su modo profundo y sereno de adentrarse en la vida, de mostrarla. De su eternidad en el decir. Antonio hablaba de lo que nunca termina, de lo que seguirán mirando otros poetas por los siglos de los siglos. Y transmitiéndolo desde la belleza de la palabra castellana. Que también es valenciana.

Él había nacido en Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz. Una vez me dijo, legítimamente orgulloso de su pueblo, que yo no podía ir a Andalucía y no visitar Medina Sidonia. Y aunque voy mucho por el sur, es cierto que aún me falta esa villa noble, con un gran castillo. Allí, en ese mundo, se forjó el palpitar de Antonio. Su vida primera. Allí iré muy pronto, con una emoción muy especial.

Antonio era un poeta intenso y discreto. Ajeno a la alharaca y al ruido; a la paraliteratura. Su ambición ocurría en la página en blanco. Y estaba cincelado por su vida ordenada y lúcida. Por su condición de profesor de filosofía, por sus amigos y por su entorno familiar, al lado de Adelina, su mujer, y de sus hijos. Estaba en la vida para servir a la belleza, a la música verbal, a la verdad. Y como era hombre curioso de montes, bosques, ríos y aves, cada verano se iba por ahí, a lugares poco habituales, a descubrir el canto de los urogallos, o a ver el atardecer entre las montañas del noroeste; cuando ya empieza a hacer frío en las tierras septentrionales. Una vez me dejó impresionado cuando me dijo que iba con frecuencia a Ibias, la remota tierra asturiana donde nacieron mis padres y abuelos. Eso me lo hizo aún más cercano y sorprendente, y más atractiva su escritura. Enraizada en la naturaleza del hombre y en su trato con el paisaje.

Antonio fue un gran poeta, ganó los premios principales del idioma. Lo hizo desde Valencia; desde aquí supo contar el paso de la vida por esta tierra abierta y universal. Valencia debe honrar su memoria con una calle, qué menos. Calle del Poeta Antonio Cabrera.

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