El martes pasado, 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo, los dos pilares de la Iglesia, el día en que por la tarde se hizo oficial la destitución de Albert Celades, leí en la edición digital de un diario deportivo madrileño la noticia de que el presidente del Valencia, Anil Murthy, estaba reunido con sus asesores mientras seguía pendiente de que Peter Lim moviera ficha desde Singapur. ¿Y quiénes eran esos asesores? Pues un tal Kim Koh, CEO de Meriton, y otro que responde al nombre de Sean Bai y que al parecer es director de la academia. Anil, Peter, Kim, Sean... De mis primeras visitas a un Mestalla que por entonces, a mediados de la década de los setenta, era Luis Casanova recuerdo el olor del césped recién regado, las sillas de enea, el «¡Hay bombón helado!» en los descansos, el blanco blanquísimo del uniforme valencianista, el pasodoble 'Valencia' cuando saltaba el equipo al terreno de juego, el mítico anuncio de «Pollos asados, Casa Cesáreo» repetido once o doce veces, el programa oficial que coleccionaba hasta que un mal día decidí hacer limpieza y tirarlos junto con el número 1 de 'Don balón', el ejemplar del 'Dicen' con la crónica del 4-0 al Barça en la Copa del 79 y otras joyas literario-deportivas, y el valenciano en el que mi tío Jose hablaba con los aficionados que se sentaban a nuestro lado. Un valenciano natural, de la calle, no aprendido en el colegio porque en el colegio no se enseñaba, nada que ver con las declaraciones del día anterior que oyes por la mañana en la radio cuando sale el director general de, por poner un caso, calidad ambiental y emergencia bioclimática en el medio rural (si es que existe, que no lo sé aunque son muy capaces) y suelta todos los lugares comunes que le han pasado sus asesores de prensa y propaganda en la lengua normalizada e impostada que ahora ya no se llama valenciano sino «la nostra llengua» y que está plagada de aquesta y aleshores. De todo aquello ya no queda nada, mi tío murió, las sillas del Mestalla que usamos (tenemos otro, serà per diners?) son de plástico, Casa Cesáreo cerró (¿se siguen comiendo pollos asados?), el uniforme cambió de diseño veinte o treinta o cincuenta veces, aparecieron los anuncios en las camisetas... y de Vicent, Joan, David, Jose, Carmen y Amparo pasamos a Peter, Anil, Kim, Sean... Y yo estos días no puedo evitar volver a acordarme de esa película inquietante pero entretenida, 'El sexto sentido', en la que Bruce Willis encarna a un psicólogo infantil de Philadelphia que trata desesperadamente de ayudar a un niño que recibe 'visitas' de espíritus atormentados sin darse cuenta de que él, el doctor Malcom Crowe, es en realidad un muerto. Sólo que no lo sabe.