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AMANTE MARÍA MAGDALENA

Mª ÁNGELES ARAZO

Miércoles, 17 de abril 2019, 07:59

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Sin duda es de las santas que más han prodigado los pintores a lo largo de los siglos. Además de bella, poseía el don de enamorar, y se cuenta que lo explotó hasta que conoció a Jesús, y que a partir de ese momento fue ella quien renunció a toda aventura sentimental. Es más, arrepentida de su pasado, rubricó el gesto lavando los pies de Cristo con perfume de nardos y secándolos con sus cabellos, con la espléndida melena dorada que debía sobrepasar los hombros hasta alcanzar la cintura, como nos muestra la iconografía, tan contemplada en óleos del XVIII, cuyas estampas añaden: María Magdalena, cuya transformación se explica en pocas palabras: 'de cortesana a penitente'.

María Magdalena, presente siempre en los pasajes destacados de la vida, tan doliente como gloriosa de Cristo (muerte y Resurrección), nos legó también numerosas leyendas que agrandan su hagiografía. Por ejemplo, después de Pentecostés y del martirio de San Esteban, fue desterrada con sus hermanos María y Lázaro; Marcela, su criada, y Maximino (uno de los 72 discípulos de Jesús), a la bravura del mar, en un barco sin timón y sin velas.

Más he aquí que no naufragaron; desembarcaron en Marsella, cerca del templo de Diana, donde nuestra santa comenzó a predicar el Evangelio, con la buena fortuna que rezó para que el gobernador y su esposa concibieran hijos; y fueron rollizos y bonitos. ¿Qué más pedir..?

Otro capítulo mágico es cuando se retira al desierto y el cabello le crece tanto que cubre la desnudez de su cuerpo, evitando el problema de los ángeles que se la llevaban siete veces al día al cielo (ni uno más, ni uno menos) para asistir a los oficios divinos, junto a los bienaventurados; y los pobres ángeles se armaban un lío con tantos velos y túnicas, que el viento unía y desunía.

También circuló la historia de que junto a sus reliquias figuraba el tarro con el perfume de los nardos y la sangre de Jesús empapada con tierra del Calvario que María Magdalena había recogido.

La credulidad a merced de todos; no tiene límite.

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