Agua para aplacar su sed

Al profesor José Miguel Mulet le preguntaron el otro día en un programa radiofónico cuánta agua debe beber una persona. La cuestión es objeto de gran interés popular de un tiempo a esta parte, a raíz de divulgarse recomendaciones médicas, dietéticas, o reproducciones dispares de las mismas, que indican que un adulto debe tomar dos o tres litros diarios, lo que, a su vez, provoca debates sobre si es poco, demasiado, o lo que mejor se le ocurra al tertuliano de turno, incluido el recurso a chistes y comentarios ocurrentes.

El bioquímico valenciano Mulet, que además de sabio es sencillo en sus planteamientos, respondió con una frase que, de puro lógica, resultó sorprendente, chocante: «Cualquier persona sana ha de beber tanta agua como necesite para aplacar su sed».

¿Alguien esperaba otra cosa?, ¿cabe algo más racional como esto, que de sabido -pero olvidado- casi suena a Perogrullo? Pues parece mentira pero hay que volver a los orígenes, tal es la confusión que se ha generado y extendido -y va a más- con las preocupaciones exacerbadas de las dietas. Beba el agua que necesite para aplacar su sed. Pues claro, la sed es el sensor interno que tenemos. Pero eso choca con aquello de 'los dos o tres litros diarios', que muchos interpretan al pie de la letra, hasta empeñarse en beber más de la cuenta. Pero no es eso. Un día veraniego de poniente podemos beber más de tres litros, y en invierno menos de uno, y además hay que tener en cuenta el agua que hay en los cafés y refrescos que tomamos, ensaladas, sopas, leche... ¿Leche, ha dicho el profesor?, ¿y de vaca? Esta era la oportunidad que esperaban para espetarle: «¿No es cierto que somos la única especie que bebe leche de otra especie?» Y el profesor Mulet remató: «Y también que hace paellas, que va en coche o habla por teléfono».