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HELICÓPTEROS

RAMÓN PALOMAR

Sábado, 11 de marzo 2017, 01:00

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En alguna novela de Don Winslow el gerifalte máximo de los narcos se desplaza en helicóptero para eludir los controles policiales. El mal vuela sobre nuestras mortales cabezas alcanzando así otra dimensión preñada de peligro, pues todo lo que se pueda precipitar desde arriba, como bien sabía el líder del poblado galo de Asterix, nos despierta un temor oculto, ancestral. Los rayos que nos fulminan nacen desde los nubarrones.

Si al final se demuestra que un esforzado miembro del clan Pujol escaqueaba (presuntamente) su tajada de pasta opaca utilizando un helicóptero esto indicaría que ya se ha conseguido un nivelazo de contrabando realmente espectacular. El magma de la calderilla ya no viajaría en el doble fondo de los coches, ni en bolsas de basura así como distraídas, ni en maletines trucados propios de prestidigitadores, ni en fajas que en vez de sujetar michelines descarriados van repletas de billetes rodeando la cintura. El helicóptero que levita como una libélula mecánica dotada de un bramido estrepitoso y diabólico te eleva por los aires hasta la verde Andorra en lo que tardas en fumarte un pitillo, y de una manera fácil, eficaz, evitando las engorrosas colas. Los manguis corsos de otra novela, 'Efecto dominó', también movían las joyas de sus atracos parisinos hasta Ajaccio embarcando en líneas pequeñas y lujosas donde tampoco vigilan a los pasajeros. Si son ricos, si se pueden permitir ese dispendio exclusivo, se les supone una suerte de natural honradez, no se les molesta y mucho menos se les destripa el equipaje. Pero si hablamos de helicópteros, imposible olvidar los de 'Apocalipse now' ejecutando un ballet mortal al son de Wagner mientras derramaban su tormenta de plomo y fuego. Lo que no imaginábamos es un helicóptero atesorando un cargamento de papel moneda como si fuese confetí.

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