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Celia Cruz

CARMEN VELASCO

Domingo, 26 de febrero 2017, 00:30

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Nadie se fotografía en el infierno y cuelga la imagen en Instagram. Tampoco se exhibe en Facebook cuando su vida está a punto de volar por los aires, ni cuando lo que más le importa (pareja, familia, amigos, trabajo...) está a punto de derrumbarse. En la cotidianidad real, los rostros conocen la tristeza, las personas se defraudan entre sí y la adversidad pone a prueba las capacidades humanas. En el mundo virtual, todos lucen más perfectos y felices. Las redes sociales potencian el baile de máscaras al que sucumbe una inmensa minoría sin importar el día del calendario, es decir, no hace falta que sea carnaval para llevar disfraz. Tampoco es difícil ejercer de 'troll' y asumir el papel de 'hater' bajo el anonimato de un apodo, pero resulta peligroso medir la autoestima por el número de seguidores. La vida es un carnaval, como cantó Celia Cruz, pero las penas no se van tuiteando. O dicho con las palabras del sociólogo Zygmunt Bauman, las redes sociales son «una trampa».

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