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Hace hoy un siglo el Valencia comenzó a andar en el Bar Torino de la Bajada de San Francisco

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 18 de marzo 2019, 09:04

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Tal día como hoy hace un siglo, el martes 18 de marzo de 1919, los seis jóvenes impulsores del Valencia Football Club (Octavio Milego, Gonzalo Medina, Fernando Marzal, Pascual Gascó, Julio Gascó y Andrés Bonilla) recibieron la noticia de que el gobernador civil de la ciudad, Bernardo Rengifo, había aprobado el reglamento presentado en nombre de la entidad por Medina cuatro días antes. El nuevo club, heredero (por lo menos) de la línea deportiva representada a lo largo de la década anterior por el primer Valencia, el Deportivo Español y el Sagunto, venía a inaugurar un nuevo tiempo en el fútbol valenciano. El balompié local, sostenido gracias a la actividad desplegada en los colegios religiosos y al empeño, más allá de estos, de algunos héroes que lo practicaban de manera casi clandestina, tenía entonces una estructura organizativa bastante tortuosa y un futuro nada halagüeño. De hecho, de entre los clubes activos en aquel mes de marzo en Valencia, tan solo uno, el Benlliure FC -radicado en el Cabanyal y dado de alta en diciembre de 1918- había sido registrado oficialmente. Y ninguno de los 'teams' de la ciudad había conseguido participar en la Copa de España, la competición futbolística más importante del momento.

Por ello, la aparición del Valencia fue lo más parecido al estallido de una bomba, puesto que provocó una honda conmoción en los sectores deportivos de la ciudad y propició que todo empezara a cambiar con rapidez. Los fundadores del nuevo club, que sumaban experiencias de todo tipo en el Sagunto, el Deportivo o el Rat Penat, estaban convencidos desde antes de la fundación de que la nueva entidad solo podría sostenerse si se seguían una serie de pasos: normalización institucional del club (de ahí la rápida inscripción registral, que marcaba la diferencia con entidades como el Levante, el Gimnástico o el España, que fueron a rebufo del Valencia en este sentido), construcción de un equipo ambicioso deportivamente (algo demostrado con la incorporación de los mejores jugadores de la ciudad, encabezados por Eduardo Cubells), uso de la propaganda y los medios de comunicación para difundir las actividades del club (tarea de la que se encargaron Medina y, más adelante, un adolescente llamado Pepe Llorca), construcción de un arsenal simbólico poderoso (cuyo primer logro fue la adopción del nombre de la ciudad como elemento representativo, hito al que siguieron la construcción de dos estadios y la creación de una bandera y un himno propios) y apuesta por la transversalidad.

Este último aspecto resulta especialmente importante, puesto que sirve para explicar el éxito instantáneo del club y su rapidísimo crecimiento: a diferencia del Gimnástico, o en su momento el Regional o el Hispania, el Valencia no aspiraba a representar una ideología o a servir de vehículo para un grupo social concreto de la ciudad, sino que buscaba convertirse en el club de todos. Esa voluntad interclasista se manifiesta de manera evidente en las reuniones de los fundadores: en la naya del Bar Torino, alrededor de los vasos de horchata y Kola Cortals, se sentaban tres militantes republicanos de facciones opuestas (y rabiosamente enfrentadas desde los tiempos de Blasco Ibáñez), un futuro militar y un comerciante de ideas conservadoras. La apuesta por la transversalidad se reforzaría con la entrada en el club, casi desde el primer momento, de aficionados muy dispares en lo social y lo político: el abismo ideológico que se abre, por ejemplo, entre Lorenzo Matamales y Ramón Leonarte (como el que separaría, más adelante, a Conde y Molina) habla por sí solo del poder aglutinador del nuevo club.

En los días inmediatamente anteriores a la aprobación del reglamento el optimismo latía entre los fundadores. Medina no pudo contener su emoción y deslizó en sus colaboraciones periodísticas que algo grande se estaba cociendo. Al mismo tiempo redactó, con la ayuda de Milego y Julio Gascó, los estatutos del club, un articulado de 23 puntos que detallaba todo lo necesario para que el Valencia se pusiera en marcha. Milego, a quien sus compañeros se preparaban para nombrar presidente, aprovechó para incluir una perla derivada de su educación krausista: el nuevo club tendría un objetivo esencial: «Practicar el foot-ball y todos cuantos sports ayuden al desarrollo cultural de la juventud». Cien años después de aquella emocionante jornada en la que obtuvo carta de naturaleza, el Valencia, convertido en la entidad más importante de la sociedad civil valenciana, supone el mejor legado de aquel entusiasta grupo de amigos.

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