La memoria arrasada: paisaje después de la dana
El fotógrafo Pablo Sanjuán recorrió los escenarios de la tragedia para documentar cómo el 29-O también devastó un territorio que contiene los recuerdos compartidos por el vecindario de la zona cero
La dana arrasó vidas, devastó infraestructuras, destrozó bienes materiales de toda naturaleza e inundó además de dolor a toda una sociedad, sumida desde hace un ... año en un largo duelo. También es culpable de las heridas psicológicas que aún percuten en la moral colectiva. Son argumentos que pueblan desde el 29 de octubre del año pasado la oferta informativa de LAS PROVINCIAS y de otros medios y que forman parte además de la conversación pública entre la sociedad valenciana, a todos los niveles. Pero entre las consecuencias de la brutal riada figura además otro intangible, más indefinible pero de alto valor ambiental y desde luego histórico, muy sensible. El paisaje de la zona cero, desde Chiva hasta la Albufera en el caso del cauce del Poyo, quedó desfigurado por completo. Y la memoria compartida por el vecindario en tantos y tantos parajes malheridos merece alguna reflexión sobre la dimensión de semejante pérdida: memoria retratada en la cámara del fotógrafo Pablo Sanjuán, que cartografió el territorio desaparecido al paso del agua mientras documentaba lo que llama paisaje después de la dana. Un paseo por el infierno.
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El relato de este proyecto mitad profesional, mitad personal, incluye una advertencia previa: Sanjuán, a quien le gustaría organizar una exposición con este material o que fuera editado en alguna publicación, es consciente de que la reflexión que detonó su peripecia es una cuestión si se quiere menor comparada con la dimensión de la tragedia. Inquietudes que pasaron por el visor de su cámara que «una vez paliadas y atendidas las medidas más urgentes de reparación humana y material, se deberían plantear». Con esta premisa, pone a continuación en marcha su propia moviola. Su sensibilidad hacia el territorio moribundo desde hace aun año nace cuando «tres días después del día de la dana» se desplazó con un grupo de amigos a Picanya y Paiporta, igual que tantos otros voluntarios que se dedicaron a ayudar a los afectados. «Obtengo las primeras imágenes del desastre en los tiempos de descanso», rememora, «pero no pensaba en dar continuidad a un trabajo que sí era objeto de la atención de medios y fotógrafos nacionales y extranjeros».
Una idea que empieza a virar hacia el resultado final de su caminata por el escenario del horror. Señala que el 3 de noviembre como el punto de inflexión. Ese día acudió como voluntario a Algemesí, «pero esta vez ya llevo mi cámara profesional», dice. Y mientras se organizan los trabajos de limpieza, aprovecha para visitar los alrededores del polígono industrial junto al río Magro «donde se iba a centrar nuestro trabajo». Recorre el barrio del Raval, las instalaciones deportivas del estadio municipal y el propio polígono industrial, «fotografiando los desolados paisajes afectados por el barro». Había comenzado sin darse cuenta de la dimensión de sus intenciones un camino que concluyó en marzo del 2025, incluido un percance con la moto, que documenta «la modificación de los paisajes al paso de la dana y la fragilidad de un entorno descuidado, donde la ausencia de previsión multiplicaba la amenaza de la colosal fuerza de la naturaleza».
Sanjuán no estuvo solo mientras peregrinaba por la zona cero. En su pretensión de archivar para la posteridad cómo la riada destrozó una enorme superficie de memoria compartida donde se atesoraban los recuerdos de una generación tras otra, contó con el asesoramiento de En Daniel Dent, arquitecto especializado en infraestructura verde, así como por técnicos locales. Cita el caso de Toni Martínez Recolons, un geógrafo de Chiva, la localidades que nutre las imágenes de este reportaje, que visitó en un itinerario que incluyó Paiporta, Picanya, Utiel, Massanasa, Ribarroja, Cheste, Manises... También retrató los efectos de la dana en el barrio de La Torre, se acercó por El Saler y alcanzó una conclusión central: aunque entiende que es prematuro extraer lecciones de carácter «más profundo y sereno», observa que «la terrible pérdida de tantas vidas, los daños materiales nos sumen todavía en el dolor y en estupefacción». Pero de esa certeza nace su impresión de que «a largo plazo nos deberíamos centrar en el mejor conocimiento del territorio donde habitamos: una llanura aluvial, donde las diversas intervenciones industriales, urbanísticas y de infraestructuras se han venido realizando sin considerar los riesgos que la falta de respeto a la naturaleza de ese territorio conllevan».
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Un parecer que convive en sus pensamientos con la idea motor que detonó su proyecto creativo. Entender que las imágenes de sus 'Paisajes para una dana' como «una ventana a realidades y catástrofes que, en parte, se pueden si no evitar, al menos minimizar: construcciones en barrancos y zonas aluviales, ramblas que finalizan abruptamente en polígonos industriales o infraestructuras improvisadas». En resumen, opina Sanjuán que «es necesario trabajar para a partir del conocimiento del terreno: a su favor y no en su contra». Y que la memoria no se pierda: que ese patrimonio común renazca al menos en sus fotografías y perviva en el recuerdo como un aviso para que los viejos errores no se repitan.
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