«Llevo siete meses limpiando aguas fecales con mi hijo en brazos»: crónica de la desesperación en la calle Galicia de Catarroja
Los vecinos que sufren la falta de alcantarillado relatan el drama que padecen en sus viviendas
Nacho Roca
Catarroja
Viernes, 6 de junio 2025, 00:26
La calle Galicia podría pasar desapercibida. Es una calle tranquila, sin comercios, sin tránsito, escondida detrás de la Plaza Mayor de Catarroja. Pero bajo sus ... aceras late una historia que no debería existir en un municipio europeo. Una historia de barro seco, aguas negras, desesperación y silencio institucional. Aquí no hay colectores. Solo acequias. Aquí no hay promesas cumplidas. Solo vecinos cansados de llamar a puertas que no se abren.
Neus Royo abre la suya con la misma serenidad con la que ha aguantado siete meses de insalubridad. Vive en una planta baja desde 2012 y cría sola a un niño de dos años. «Cuando llueve, no me preocupo por si se moja la ropa. Me preocupo por si mi hijo va a respirar gases fecales otra vez».
Su casa se inunda desde la dana de octubre. No por filtraciones, sino por rebosamiento del váter, por arquetas colapsadas, por una red inexistente. «Aquí no hay una tubería general. No hay una acometida. Solo hay una acequia que pasaba entre casas viejas, que hace ochenta años ya no servía, y que nadie se molestó en sustituir».
La lluvia como detonante de una herida antigua
Durante años, Neus y sus vecinos vivieron sin saber del todo lo que había bajo sus pies. Las lluvias caían y el agua corría, pero no entraba. Hasta la dana. Hasta que el barro del barranco, las avenidas violentas y los arrastres colapsaron el subsuelo. La calle Galicia se convirtió en una cloaca sin salida.
Jesús Moreno, vecino del número 10, lo cuenta con la franqueza del que ya ha perdido la vergüenza: «He sacado doce carretillas de mierda del patio. Literal. Negra. Pestilente. Y tengo una niña pequeña. Cada vez que veo una nube me echo a temblar».
Su casa también es una planta baja. Vive con seis personas. El agua entra por el patio y sube hasta 40 centímetros. «No había pasado nunca. Desde la dana, cada tormenta es una alerta. He pedido que vengan, que abran una zanja, que miren. Me dicen que espere. ¿Esperar a qué? ¿A que mi hija enferme?».
Fanny Sánchez vive en el número 9, pared con pared con Neus. Su testimonio remata el triángulo de la impotencia. «Mi garaje está inutilizable. Se ha convertido en una balsa de aguas negras. Las bajantes han reventado por la presión. No puedo entrar, no puedo vaciarlo, no puedo repararlo».
Fanny ha ido más de catorce veces al Ayuntamiento. No la han recibido. «Te pasan de urbanismo a infraestructura, de ahí a la empresa de mantenimiento. Nadie sabe nada. Nadie quiere firmar una solución. Pero el recibo del agua sí me lo pasan puntualmente». Cuenta que la empresa municipal le confirmó que las obras en la calle Galicia estaban previstas para el 23 de mayo.
Daños psicológicos
Neus habla con una mezcla de contención y temblor. «No he llorado en siete meses. Ayer lo hice. Porque me crucé con el ministro, la alcaldesa, la prensa. Y vi que era el momento. Llevaba una bolsa con lo que había recogido de mi baño esa mañana. Me planté en medio y les dije: esto es lo que vivo. Esto es lo que respira mi hijo».
Desde octubre, ha perdido muebles, electrodomésticos y su espacio vital. «Ya no bajo al patio. Lo tengo cerrado. Es insalubre. Y yo solo quería tener aquí mi verano, con mi niño. Era mi refugio. Ahora es mi infierno». Su hijo, de dos años, aún sueña con la barrancada. «Cuando ve un charco, me pregunta si vamos a morir. Le tengo que explicar que no. Pero ni yo me lo creo».
Infraestructura inexistente
La paradoja de estos vecinos es tan cruel como evidente, ya que pagan por un alcantarillado que no existe. «No hay ni una acometida en 300 metros de calle», dice Fanny. «Y lo más grave es que lo saben desde hace años. Desde que se construyó sobre la rambla, desde que taparon las acequias con tierra».
Los vecinos no han recibido ayuda del Consorcio. Solo una pequeña subvención estatal. «Nos donaron un sofá», recuerda Jesús. «Y el que me lo trajo me subió a redes. Me hicieron burla. Por recibir ayuda. Es el colmo».
La Plataforma CLER, de la que forman parte, intenta mediar con el Ayuntamiento. «Vamos con propuestas, con educación, con informes. Pero nos ignoran», dice Neus. «Yo no quiero caridad. Quiero que hagan su trabajo. Que cumplan su parte del contrato social».
El temor no es solo el presente. Es el futuro. Las lluvias de verano, las tormentas de septiembre, otro octubre fatídico. «Dicen que las obras durarán dos meses. Pero si no han empezado, eso nos lleva a octubre. Y octubre es la fecha maldita», dice Fanny.
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