La joya de Eugenia de Montijo que lució Bori
El broche de diamantes creado para la emperatriz de Francia fue de la gran diva valenciana y salvó al Met. En 2015, la Ópera de Nueva York salió adelante de la crisis gracias a un legado histórico de ida y vuelta
F. P. PUCHE
Domingo, 16 de enero 2022, 00:51
No es fácil que una joya encierre al mismo tiempo valor, historia, emoción y ternura. Pero el broche de diamantes que la famosa cantante valenciana Lucrecia Bori poseyó durante gran parte de su vida, guarda esas virtudes a la vez. Su historia es apasionante; concebido para Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, fue un obsequio adecuado para una gran dama de la ópera y años después salvó al Metropolitan Opera House de la ruina. Hoy, sin embargo, no se sabe quién es su dueño.
Como ocurre con los grandes cuadros, lo más apasionante de las joyas es conocer su vida azarosa través de las de sus dueñas. Así ocurre con 'Feuilles de Groseillier', un broche creado por los joyeros Bapst, en 1855, a petición de Eugenia de Montijo -«qué pena, pena, que te vayas de España para ser reina»- aristócrata de origen andaluz que en 1853 se casó con el emperador de Francia Napoleón III.
'Les parures', los adornos en los que el emperador invirtió un buen bocado de francos en tiempos inquietos de revoluciones, eran mucho más que lo que se ha conservado. Había una guirnalda, usada generalmente como collar; había un 'tour de corsage' para aplicar en los vestidos. Y un broche 'devant de corsage', el que centra nuestra historia, compuesto de «tres hojas de diamantes extendidas unidas en el centro por un gran diamante en talla cojín del que cuelgan tres pasamanerías formadas con diamantes de distinto tamaño y talla antigua», según la ficha de los catálogos de la casa de subastas Christie's.
La artista valenciana dio noches de gloria a la ópera y supo ser la gran recaudadora de fondos para la institución
Napoleón y Eugenia vivieron años felices, más en Biarritz que en el inquietante Paris, hasta que en septiembre de 1870 el descendiente de Bonaparte fue hecho prisionero en la batalla de Sedan en el curso de la guerra de Francia con Prusia. Los republicanos de París le empujaron al exilio en pocas horas y la familia imperial cruzó el canal de la Mancha para refugiarse al abrigo de la reina Victoria. Viajaron deprisa y con lo puesto y no se llevaron las joyas de la corona: 'Feuilles de Groseillier' quedó en impuras manos republicanas junto con todos los tesoros imperiales. Años después, la colección diseñada por Bapst había sido desmontada, para una venta más fácil y solo quedó el broche de nuestra historia, que fue adquirido en subasta por el famoso Tiffany's de Nueva York.
El regalo a Lucrecia Bori
Es aquí cuando aparece Lucrecia Borja González de Riancho, nacida en Valencia el día de Nochebuena de 1887 y niña con grandes cualidades para el canto. Siendo jovencita, ya se reseñó su debut artístico, en el Paraninfo universitario de la calle de la Nau, en el curso de una gala benéfica para las víctimas de la guerra de Cuba. Estudió canto en Valencia con buenos profesores pero pronto tuvo que viajar a Milán en busca de los grandes maestros.
Su voz fue enseguida apreciada por el público. Pero su triunfo resonante, su primer gran éxito, lo establecen los estudiosos en 1910 cuando una sustitución la puso al lado del gran Enrico Caruso. Esa noche memorable, cantó como pocas 'Manón Lescaut', la obra que dos años después, en 1912, le dio el estrellato en el Metropolitan Ópera House neoyorkino. A partir de entonces, Lucrecia, que una vez había cantado en Madrid para una Eugenia de Montijo anciana, alternó y triunfó con todos los grandes divos y voces del momento, y se hizo la reina de los aficionados de la Gran Manzana.
Con todo, la valenciana tenía dotes muy especiales para otro arte: el de conquistar la voluntad y la cartera de las grandes familias que, con sus donaciones, nutrían y nutren la cultura en América. El Met, que nunca ha recibido un dólar de dinero público, se ha sostenido siempre de sus patronos, expuestos en lista en el hall de su auditorio. Y fue en los años treinta, cuando se resintió la economía por el crack bursátil de 1929, cuando Lucrecia Bori llamó a los poderosos -los Astor y los Morgan, los Rockefeller y los Vanderbilt- para que salvaran la institución de un cierre por quiebra.
Lo consiguió. La ópera empezó a difundirse por un nuevo medio, la radio, y Lucrecia Bori, única mujer en una junta de salvación compuesta por hombres, habló ante los micrófonos, cantó y pidió donaciones. Los dólares llegaron enseguida y el Met se pudo salvar. Respondió incluso Eleanor Roosevent. En 1936, cuando la cantante anunció su retirada de los escenarios, los millonarios miembros de la junta de patronos, en agradecimiento, se rascaron el bolsillo para un regalo: le compraron en Tiffany's el broche de diamantes más lindo que tenía, 'Feuilles de Groseiller'.
Una joya que vuelve al Met
Claro que Bori no se desvinculó del Met. En realidad hubo unos años, hasta el final de la guerra mundial, en que fue el alma del palacio de la ópera sin actuar. Las recaudaciones, los bailes de gala, los festivales navideños, las campañas de venta de bonos de guerra la tuvieron siempre en primera línea de actividad. Porque el Met era en realidad su hogar. Tanto fue el afecto a la institución que cuando en 1960 falleció, dejó establecido en su testamento que 'Feuilles de Groseiller' pasara a ser propiedad de la casa que se lo había regalado.
La historia se cerró recientemente: en 2014, azotado por los recios vientos de la crisis financiera, el Metropolitan Opera House estuvo de nuevo a punto de quiebra. Para salir del tremendo bache, la junta tuvo que tomar medidas: una de ellas fue poner a la venta la famosa joya. La subasta se celebró en 2015 y alguien, no se sabe quién, pujó hasta los tres millones de dólares. Y el Metropolitan se salvó de nuevo gracias a Lucrecia Bori.