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Juanjo Rausell, presidente del Gremio de Panaderos, en su horno centenario. jesús montañana
El pulso de los hornos por el pan de cada día

El pulso de los hornos por el pan de cada día

Cinco locales al año cierran en la ciudad debido a la competencia de las franquicias y la ausencia de un relevo generacional

paula nieto

Valencia

Martes, 5 de noviembre 2019, 01:42

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Cuando la ciudad duerme, los obradores se encienden para abastecer de productos artesanos a una población cada vez más concienciada con los alimentos saludables y de calidad. Pese a ello, cinco hornos 'de toda la vida' cuelgan un cartel definitivo de 'Cerrado' cada año en Valencia frente al auge de franquicias que ofrecen productos a precios más económicos. A este factor se le suma la falta de relevo generacional que sufre un sector que necesita, cuanto antes, una «formación profesional seria».

«El problema no es que el sector muera, sino preguntarse si la ciudadanía puede permitirse el lujo de que la panadería artesana desaparezca. Detrás de un horno hay una historia y, detrás de esa historia, hay un sinfín de productos autóctonos y locales, sea del pueblo o ciudad que sea. Cuando estos productos mueren, muere parte de la cultura y cuando nos quedamos sin cultura, ya no sabemos realmente de dónde venimos», indica el presidente del Gremio de Panaderos y Pasteleros de Valencia, Juanjo Rausell, a LAS PROVINCIAS.

El presidente del gremio relaciona la falta de una formación profesional cualificada con la escasez de relevo generacional como causa principal del cierre de multitud de negocios centenarios. Tras la jubilación, a falta de sucesores, en la mayor parte de los casos llega el cierre y, por ende, la pérdida de una parte de historia y cultura como pueblo.

Renovarse o morir

Miguel Ángel Hernández, gerente de Nou Dorita, también tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos. Tiene claro que hay que aprender del cliente, por lo que ha instalado en sus hornos tradicionales una pequeña zona de cafetería para que los consumidores «desayunen con nosotros y vean cómo horneamos». Además, debido a los nuevos ritmos de vida y consumo, ahora el local ofrece comidas caseras para llevar.

Al final, las pequeñas cafeterías instaladas buscan ser ese punto de encuentro entre vecinos de un mismo barrio, un papel que ejercía hace años el horno tradicional.

El Obrador del Carme es otro de los hornos que se han tenido que transformar con los nuevos tiempos. Su gerente decidió adaptar los productos tradicionales de toda la vida a la tendencia vegana. Así, Leyla utiliza recetas de su bisabuela para crear productos artesanos que se diferencien de las franquicias y del producto descongelado.

Sin embargo, profesionales del sector como Leyla Ruiz, que ocupa la cuarta generación de su familia en lo que a hornos tradicionales se refiere, apuntan a otras causas. El oficio de panadero requiere una entrega incondicional que muchos no están dispuestos a firmar. El resultado de un producto bien hecho requiere muchas horas en las cuales se trabaja toda la noche, «y eso la gente joven no lo quiere». Leyla es la única de su familia que ha logrado mantenerse en el sector y asegura haber percibido cómo se está volviendo «a la artesanía que la industria hizo desaparecer tiempo atrás». La gerente del Obrador del Carme, que se levanta cada día a las cinco de la mañana, asegura que la panadería artesana «responde a la pasión más que otra cosa» y todos saben que el trabajo duro de la noche se ve recompensando con la felicidad del paladar cada mañana.

Una fuerte competencia

Pero eso no es todo. A la falta de sucesores se le suma una competencia calificada de más económica, aunque de menor calidad. En los últimos años han proliferado las franquicias y los puntos de venta caliente de pan a un precio más atractivo para los bolsillos. Desde el Gremio de Panaderos explican que nunca podrán llegar a esos costes porque «su trabajo es mucho más delicado, más artesano, con fermentaciones largas y grandes materias primas». Ante ofertas como 'tres barras de pan por un euro', los panaderos tradicionales deciden apostar por «la calidad y el servicio especializado para el consumidor».

«No vale la pena levantarse a las dos para poder comer»

Francisco Ibáñez, ya jubilado, tuvo que bajar la persiana para siempre. Su hijo estaba dispuesto a continuar con la tradición y el oficio de su padre, pero no en las duras condiciones actuales. Francisco explica que el descenso de las ventas se debe al auge de los puntos de venta caliente, las franquicias y los supermercados. «Las ventas han caído mucho, no vale la pena levantarse a las dos de la mañana para poder comer», manifiesta.

Pero no sólo afecta la competencia. El oficio de panadero artesano es un trabajo de entrega y sacrificio diario, en el que en los últimos años se vive para trabajar y el beneficio es casi inexistente. «Ahora mi hijo tiene un trabajo en el que puede librar sábados y domingos», asegura Francisco.

El presidente del Gremio de Panaderos, Juanjo Rausell, señala que aún quedan personas en el sector que no se han actualizado «aunque poco a poco les tocará hacerlo», ya que el formato de venta masiva, en el que los clientes pedían cuatro o cinco barras diarias, ya no existe. Por ello, los profesionales del pan se han adaptando a lo que los clientes demandan a base de investigación e información para crear un producto saludable y renovado a pesar de su origen ancestral.

Así, la pasión por el oficio acaba derivando en un trato cercano y especial con el cliente. Jessica Sahuquillo, que trabaja en el horno Inma Moliner, atiende cada día a clientes fijos desde hace más de tres décadas, que aunque no necesiten pan se acercan únicamente para darle los buenos días. Para Jessica, el horno ya es como una familia.

«La mayoría de nuestros clientes van y prueban en alguna franquicia, porque nuestro pan vale 65 céntimos y allí tres barras un euro, pero siempre acaban volviendo porque el producto no les acaba de convencer», asegura una de las pocas caras jóvenes que mantiene este oficio artesano.

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