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Preparación de mascarillas en Estados Unidos durante la pandemia de gripe de 1918. lp
Héroes valencianos desde hace un siglo

Héroes valencianos desde hace un siglo

Titanes de otra pandemia. Médicos como Peset, Rincón y Ferrán crearon y se aplicaron a sí mismos una vacuna contra la gripe de 1918 que mató a millones de personas en todo el mundo

F.P. PUCHE

Sábado, 4 de abril 2020

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A finales de septiembre de 1918, cuando la epidemia de gripe estaba empezando a dar sus peores resultados en Valencia, seis ilustres médicos valencianos desarrollaron una vacuna contra aquel virus, nuevo y desconocido como el que ahora azota al mundo. Y se lo aplicaron a sí mismos para mostrar sus efectos. Su intento fue aceptado por las más altas autoridades sanitarias españolas, pero no se desarrolló. En pocos meses, la epidemia, hecho el daño, remitió; y nadie quiso hacer el esfuerzo de continuar su labor.

LAS PROVINCIAS dio la primicia el 29 de septiembre de 1918. En su portada, junto a una reseña del artículo que 'L'Echo', de París, había publicado sobre las últimas investigaciones científicas sobre la pandemia de gripe, dio cuenta del informe científico preparado por los doctores Peset, Ferrán y Rincón, entre otros, con destino a la Junta provincial de Sanidad, presidida por el doctor Torres Babí.

Era el resultado de largos trabajos de laboratorio, de horas de estudio con diferentes cultivos y preparados. De los cuales se llegó a distinguir la «enfermedad reinante» de la fiebre tifoidea, en primer lugar, y después, a describir que «el diplococo aislado es el Micrococus Pateuri de Sternberg, más frecuentemente conocido con el nombre de pneumococo de Talamon-Fraenkel».

En Valencia, por esos días, se acababa de decidir el retraso del inicio de curso en la Universidad, pero las autoridades no se atrevían a suspender la educación y a cerrar cines y teatros. Para estos últimos se había cursado orden de parar las funciones cada dos horas, para ventilar las salas y fumigarlas. En la Justicia se habían llegado a suspender los juicios con jurado, pero no todos los demás. Valencia, y sobre todo la prensa, tomó conciencia de que había un problema muy grave cuando el día 30 de septiembre murió el director de 'Diario de Valencia', Juan Luis Martín Mengod, de 48 años, solo un día después de que su hermano Antonio muriera también, en Alicante, víctima del mismo mal. El doctor Peset que andaba quemándose las pestañas en el laboratorio de su familia, era Tomás Peset Aleixandre, hermano de Juan Bautista Peset, el profesor que llegó a ser rector de la Universidad y fue fusilado en 1941, y de Mariano Peset, famoso arquitecto. Los tres eran hijos de Vicente Peset Cervera y nietos de Juan Bautista Peset Vidal; todos fueron grandes médicos, profesores universitarios, analistas de gran cualificación y dueño del que probablemente era el mejor laboratorio de la ciudad.

El doctor Rincón de Arellano de estos episodios, era médico militar y estudiaba, sobre todo, las condiciones de vida de los soldados como foco de rápida propagación de la epidemia: hacinamiento, ropa, higiene... Este ilustre doctor, activo en los hospitales de campaña durante la guerra civil, fue padre del que también fue médico y además alcalde de Valencia, Adolfo Rincón de Arellano.

Los seis voluntarios

Pero Peset y Rincón no estaban solos. Con ellos, en las 31 autopsias realizadas y en los análisis de toda clase de muestras, tejidos y fluidos; en la paciente espera de los cultivos y el estudio al microscopio, había bastante héroes de bata blanca auxiliados por enfermeras y monjas. Y todos trabajaron en el hospital de San Pablo, el instituto Luis Vives actual, adaptado como lazareto en la pandemia de 1918. «Para demostrar la inocuidad de la vacuna preparada, hemos empezado por inyectárnosla en el primer momento los doctores Ferrán, Torres, Rincón, Colvée, Corella y Peset». Después de otras pruebas con animales de laboratorio, se prestaron voluntariamente a la inoculación. Cada uno se inyectó 1 centímetro cúbico de «cultivo en caldo maltosado que ha estado cuatro días en la estufa a 37º. La reacción local fue ligera y la general mínima, hasta nula en casi todos los casos».

Gracias a la biblioteca digital de la Universidad de Valencia podemos leer ahora el resultado de aquellos esfuerzos, reseñados en la 'Revista de Higiene y Tuberculosis' de 30 de noviembre de 1918. Diversos trabajos y tesis doctorales han estudiado el enorme esfuerzo que desplegaron, a caballo entre dos siglos, estos héroes de bata blanca de los tiempos clásicos de la medicina. Entre ellos está también Jaume Ferrán, que propulsó una vacuna cuando la epidemia de cólera de 1885, y el doctor Colvée, introductor de los Rayos X en Valencia y gran clínico.

No estaban solos: muchos médicos de pueblo trabajaron hasta enfermar e incluso murieron. Y fueron sustituidos por otros, que se presentaron voluntarios. El doctor Serrano que tiene una calle en Ruzafa fue Mariano Serrano Sáez, médico de la Beneficencia Municipal en Ruzafa, el barrio quizá más castigado por la pandemia en 1918: murió «con las botas puestas», junto a sus enfermos y ese mismo año se le dedicó una calle. También el doctor Gómez-Ferrer aparecerá en este y en cuantos episodios médicos de la ciudad sean reseñables, aunque generalmente lo hará en la vertiente pediátrica, batallando contra la difteria.

La vacuna fue aprobada por la superioridad pero no llegó a desarrollarse. Cuando la epidemia decayó, al llegar el invierno, el mundo volvió a las preocupaciones «normales», que eran, precisamente, la escasez y la carestía de alimentos, como secuela de la gran guerra europea. Tampoco hubo potencial industrial para que la vacuna, y el suero equino que los médicos valencianos desarrollaron, acabara teniendo aplicación real.

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