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Sábado, 11 de noviembre 2017, 00:56
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Si la quema de la paja del arrozal es hoy un problema para el que se buscan continuamente alternativas, en 1867 era justo lo contrario: la paja se aprovechaba en múltiple usos y el Gobernador Civil tuvo que dictar disposiciones para obligar a que se quemaran los restos que quedaban en los campos, márgenes y motas de acequias, con el fin de tratar de eliminar los restos de la plaga del gusano que arruinaba el cultivo.
La Sección de Fomento y Agricultura envió una circular a los alcaldes de los municipios valencianos arroceros para que dispusieran de inmediato lo necesario para proceder a quemar dichos residuos de paja y hierbas, a fin de «evitar la propagación del insecto (debía ser ya el 'cucat' que persiste en la actualidad) que ha empezado a desarrollarse en los campos de arroz, atacando y destruyendo las plantas de una manera alarmante». La obligación de quemar se extendía igualmente a los campos de maíz cercanos al arrozal, puesto que también en ellos había presencia del gusano.
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