
Enric González: «Al periodismo de hoy le falta un poco de calle»
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«Nuestro oficio nunca ha estado mejor que hoy pero la industria... Nadie tiene asegurado el futuro», sostiene el periodistaEnric González (Barcelona, 1959) atiende a LAS PROVINCIAS en una terraza del centro de Madrid. Semijubilado, o algo así, llega de su colaboración semanal en ... la SER y pide que la entrevista sea cerca de ese zoológico llamado Gran Vía. Enciende de vez en cuando un pitillo, se queja de un dolor en la rodilla, explica que ahora vive en un pueblito de Tarragona y acepta divertido que la entrevista se active según el párrafo que le dedica la Wikipedia. «La mitad está equivocado», se ríe.
- Dice lo siguiente: Enric González se inició en el periodismo con 17 años, trabajando en la edición barcelonesa de la Hoja del Lunes. ¿Qué recuerdos tiene de ese Enric? ¿Se lleva bien con él?
- Yo era un crío, sí. Pero era una época interesante. Empecé a trabajar en el 76, cuando estaba todo un poco en el aire. Franco ya había muerto pero el franquismo estaba vivo y el sistema seguía siendo una dictadura en la práctica. Era un periodismo muy distinto aunque lo que recuerdo es que tenía un pánico continuo. Fumaba en cuanto entraba a la redacción, de puros nervios. Yo pensaba: 'Van a descubrir que no sé hacer nada y voy a durar dos días'. Pero la cosa se fue alargando, alargando... Y así hasta hoy, que me he pasad casi 50 años con esto y la verdad es que no me arrepiento en absoluto. Yo no quería ser periodista, pero me lo he pasado bien.
- Dice que era una época muy distinta. Hoy tal vez acusarían a sus padres y a sus empleadores de explotación de menores.
- Es que era una época totalmente asilvestrada. No sólo porque se fumara en las redacciones. Es que eran tan machistas que hoy sería inconcebible. Las pocas chicas que trabajaban tenían un pellejo así de gordo, porque tenían que aguantar a toda esa gente... Y era un mundo con unos recursos limitados: hasta que no llegué a El Periódico de Catalunya no vi un ordenador. Me pareció que aquello ya era Hollywood. (Risas). Los diarios eran mucho peores que los de hoy, sin ninguna duda. Pero eran más vivos, más conectados con la calle. Para empezar, había algo que ahora suena extraño pero es que entonces las redacciones era abiertas. No había un vigilante de seguridad ni ningún control. La gente entraba y te contaba sus cosas directamente en la redacción. O venía a protestar o a intentar tirarte por la ventana. Eran diarios muy fuertes en lo local, más divertidos. Te ibas a la calle a que alguien te contara algo y escribir una historia. Era un sistema de trabajo completamente distinto. Muy loco.
- El siguiente párrafo de la Wikipedia habla de la década de los 80, cuando ya trabaja en El País y donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera, incluyendo destinos de corresponsal en Roma, Nueva York, Londres…
- (Interrumpe con una sonrisa y se enciende el primer pitillo) El País es el periódico de mi vida.
- El periódico que le despidió.
- Sí, cosas que pasan. En realidad, me despedí yo. Yo no estaba en la lista del ERE, pero estaba muy descontento con lo que estaba pasando en el periódico. Me parecía una indecencia que Cebrián, que era el consejero delegado, se pagara una prima de 12 millones de euros. Y me pareció muy mal que se desprendiera de periodistas que eran muy buenos. Pedí que me incluyeran en el ERE, me dijeron que no y publiqué un artículo en otro medio expresando mi opinión sobre Cebrián. Y automáticamente se me colocó en los primeros puestos de salida. Decidieron perderme de vista. Y me fui pensando que se había acabado esa etapa, aunque luego me volvieron a contratar.
- Me preguntaba si ese despido representó una escisión personal. Parece usted un periodista de fuerte vertiente sentimental.
- Sí, fue una escisión. Es que sobre todo era mi periódico y veía lo que lo que iba a ocurrir. Es decir, no sólo la desastrosa gestión económica, sino que Cebrián quería desplazar el periódico a la derecha. Aunque nunca ha sido de izquierdas, y de hecho ahora es la época en que lo veo más izquierdista, sí que seguía una tradición de centro izquierda. Creo que Cebrián fue un excelente director pero en cuanto se dedicó a otras cosas… Así que me fui y me quedé unos días en el paro. Pensé que alguien me ofrecería algo.
- Y se lo ofrecieron.
- Sí, solo llegué a cobrar el paro un mes. Me llamaron de El Mundo, Pedro J. Ramírez. No era mi periódico preferido pero con Pedro me lo pasé muy bien y además tenía amigos allí, se trataba solo de colaborar en Opinión… Nunca me tocaron una coma. Luego me ofrecieron irme a París como corresponsal y en fin... Sólo tengo buenos recuerdos de El Mundo pero es que dos o tres meses después de irme de El País, me llamó el que era capitoste empresarial de Prisa y me dijo que tenía que volver. Y que tenía que volver ya. También me dijo que Cebrián se iba pero le dije que no me lo creía. Al cabo de un par de días ya me llamó Sol Gallego-Díaz, que iba a ser la directora, y me dijo: 'Tienes que volver'.
- Y respondió que sí.
- Le dije: 'Bueno, pues vuelvo. ¿Y qué hago?', le pregunté. 'Irte a Buenos Aires', me contestó. Me dijo que no podía acabar mi carrera sin ir a una ciudad tan divertida como Buenos Aires. Pero tuve la mala suerte de que me pilló la pandemia.
- Sin embargo, repasando su carrera, más que de mala suerte se puede concluir lo contrario. Corresponsal en ciudades muy sugerentes, corresponsal de guerra, una serie de destinos envidiables... Estuvo hasta en el Atolón de Mururoa.
- Sí, he sido un privilegiado. Un afortunado, aunque realmente todo ha sido casualidad. Yo era un periodista centrado en la información económica. Nunca había pensado en ser corresponsal. Lo que pasa es que me enviaban a bastantes viajes porque en la época pocos chapurreábamos el inglés y yo me defendía. Por eso creo que me enviaron a la Guerra del Golfo. A mí me apetecía ir porque se habían publicado tantas trolas… Pero a la vuelta quería dejarlo. Es que pasé allí cinco o seis meses sin beber una gota de alcohol… (Más risas) Pero sobrevivimos. Volví y le dije al director, que era Joaquín Estefanía, que me iba. Que no sabía a qué me iba a dedicar pero que me iba.
-Y él le ofrece irse a Londres.
- Sí. Me dice: '¿No te apetecería irte de corresponsal?'. Y le digo que ni Londres ni nada, que adiós, que ha sido un placer. Pero cuando llego a casa y se lo cuento a mi mujer, me dice: '¿Pero eres imbécil?'. Así que llamé a Joaquín. '¿Puedo comerme mis palabras y decirte que sí?' Y me dijo que sí, claro.
- ¿Es el destino que le dejó más huella?
- Todas las corresponsalías tienen lo suyo. Pero Londres fue muy emocionante para mí. Era la primera, yo tenía 30 años, era una ciudad que me gustaba y que me gusta mucho… Y me lo pasé muy bien pero quizá mi mejor momento fue en Roma. Ahí, por alguna razón, la ciudad, el país y yo encajamos. Esos cinco años fueron magníficos pero también la época de Jerusalén me marcó, porque allí hay días... Días que pesan mucho. Las estancias en Gaza… Asistes a cosas que son muy, muy, muy desagradables. La situación en general es de una injusticia difícilmente digerible.
- Y su situación de ahora, excéntrica respecto al periodismo diario, ¿no es otro privilegio? Una atalaya magnífica para observar cómo discurre el oficio.
- Sí, más o menos tengo información sobre el oficio. Estamos en una situación bastante marciana porque profesionalmente nunca ha estado mejor el periodismo pero industrialmente nunca ha estado peor. Si me preguntas por el periodismo, cada día encuentras maravillas. Si me preguntas por la industria, nadie tiene el futuro asegurado. La fuga de la publicidad hacia otras plataformas, la percepción de que mucha gente ya se entera de las cosas sin necesidad de pagar por ellas… Y luego esta puñetera bipolarización. En todo hay dos trincheras y tienes que meterte en una o en otra. Y creo que para el periodismo eso es incómodo porque al final te ves obligado a alinearte y cuando te sales un poco de los que se supone que son de tu bando… Yo puedo estar equivocado pero no voy a seguir ningún manual de lo que conviene o no. Y es una lástima porque al final el periodista se acaba adaptando a su entorno.
- Y el periodismo pierde.
- El periodismo pierde. Han ido desapareciendo los periódicos de referencia, los que podía leer cualquiera de cualquier bando, los que te explicaban el mundo. Objetivos dentro de lo posible, no entregados a una causa. Y es complicado, porque la profesión tiene los periodistas mejores que ha habido. Se tiende a mitificar el pasado pero vete a las hemerotecas y se te cura la tontería. Los de antes no eran mejores. Había gente buenísima, claro, pero en general el periodista de ahora sabe idiomas, ha visto un poco el mundo, tiene una idea de él... Y si le condenas a pasarse la jornada laboral delante de una pantalla buscando cosas en Internet, ¿crees que está disfrutando? No, no, no. Lo ideal es estar en la calle, que te envíen a sitios. Que te digan: 'Ponte delante de este teclado y escribe'.
- ¿Mejor escribir que opinar? Lo pregunto porque vivimos una suerte de dictadura de la opinión.
- Lo de tener que opinar es terrible. Es que la opinión es muy barata. Hoy creo que hay un desequilibrio en contra de los hechos, que son lo importante. ¿Opiniones? Cada uno tiene la suya. El material más valioso son los hechos. El lector necesita hechos, encontrar algo que se parezca a la verdad. Yo creo que el futuro es ése, pero existe el riesgo de que quienes se dediquen a eso, quienes encuentren los hechos, acaben trabajando más como detectives privados que como periodistas para unos pocos suscriptores de la élite, mientras al público se le contente con opiniones histéricas, esa mezcla de medias verdades y falsedades tremendas que circulan por las redes. El riesgo es que el ciudadano de a pie sea alimentado por ese pienso infame.
- Un compañero mío sostiene precisamente que sólo el periodismo salvará el periodismo.
- Sí, sí, sí... Porque esos periodistas siempre existirán. Un tipo que salga a la calle, busque una historia y la encuentre… La industria de la comunicación tiene los problemas de los que hablamos pero el periodismo no distingue de esos problemas, aunque hoy la oferta de entretenimiento sea enorme. Lo audiovisual está en todas partes y es mentalmente más cómodo, esas imágenes tan divertidas... Y la porción de la sociedad que lee siempre ha sido pequeña. No nos vamos a inventar que existía antes una república platónica de hombres sabios. No. Hay mucha gente a la que simplemente no le interesa esto del periodismo.
--¿En todos los ámbitos? ¿También en las audiencias locales?
- No, eso no me lo imagino. No me imagino a las ciudades y sus gentes sin un periódico de referencia, un periódico que toma el pulso de lo que pasa en su entorno y no de lo que pasa en Ucrania. A todos nos interesa saber lo que pasa en la calle de al lado. Eso forma parte del esqueleto de una sociedad. No me imagino que desaparezcan los periódicos locales, aunque no sacralizo para nada el papel. Me gusta leer en papel, pero si no hay papel, leo en pantalla.
- Y mientras lee lo que pasa en este convulso mundo, ¿no siente nostalgia de su pasado?
-Hay momentos en que sí. (Ríe, melancólico). Sí, hay momentos que sí, pero son cosas no profesionales. Son sentimentales. Piensas: 'Joder, me gustaría estar ahí' Pero el tipo o la tipa que están ahí lo hacen muy bien. Y bueno, si alguien me llamara y me dijera '¿Por qué no te vas a tal sitio?', diría que sí. La cabra siempre tira al monte. Mientras tenga pies para caminar, me apunto a un bombardeo.
- -¿Y dónde iría? ¿Oriente Medio?
- Ojalá, por desagradable que sea. Porque creo que aún hay buena gente en Gaza pero cuando llevan tantos años machacándote, no sacan lo mejor de ti. Todo ha ido a peor. El que puede se va de allí y el que se queda ahí, ha sufrido tanto, hay tanto odio reconcentrado… Y por otro lado… (Pausa, enciende otro pitillo). No convendría decirlo pero cuando asistes al sufrimiento ajeno, por un lado te rompes un poco y puede llegar a hacerte daño profundo. Pero por otro lado, no sé cómo decirlo, te hace sentir bien. Es una descarga continua de adrenalina. Eso les ha ocurrido a casi todos los que se han dedicado al periodismo de guerra, porque se envician, sienten la necesidad de tener ese subidón de adrenalina. A mí me ha ocurrido. Es complicado de justificar éticamente, pero es cierto. Es lo que ocurre. En situaciones de mucha violencia, seguir vivo te hace sentir muy, muy vivo. Es una sensación peculiar.
- Las experiencias que cita nutren tanto su oficio como periodista como su condición de escritor de no ficción. ¿Cómo concilia esas dos almas?
- Cuando haces un libro buscas la amenidad y sale más tu propio yo. Eso me daba mucho pudor porque cuando hablas de ti montando un personaje que se te parece pero no es exactamente uno, habrá quien se haga una idea de mí que no es muy distinta a quien soy realmente. Quien lee esos libros siente un poco que me conoce. Y no me parece mal. Es inevitable porque quien escribe resulta que eres tú.
- ¿No teme que explorar esa veta más íntima desemboque en la apoteosis del yo en que se ha convertido cierta prensa?
- Es un equilibrio muy delicado. En los periódicos muy raramente he hablado de mí y solo cuando no hay más remedio, porque tú formas parte de lo que está pasando. O sea, el exhibicionismo en el periodismo me da cosa. Me da cosa hacerlo y me da cosa verlo en otros. Creo que hay demasiado yo en el periodismo. O sea, hay que evitar la asepsia del lenguaje de agencia porque es insípido, pero sin ir al otro extremo. Eso de 'Entonces yo me acerqué a Trump y le dije: 'Bueno, Donald'. (Carcajada compartida).
Periodista de periodistas, la fama de Enric González se extiende más allá de su trabajo como reportero. Es autor de una serie de recomendables libros, incluida una suerte de autobiografía, donde profundiza en esa veta un punto ácrata que aflora en esa entrevista y en sus escritos. «Siempre he sido un poco mochilero, un tipo que ha estado por ahí, un animal un poco extraño», acepta. «Todavía siento náuseas por las mañanas pensando 'Bueno, hoy es el día que descubren que soy un inútil y ya me echan para siempre'», añade. Y luego reflexiona en voz alta sobre su condición de autor a caballo entre la prensa y la literatura. «El tono de un escritor de periódicos ha de ser bastante comedido porque no puedes anunciar el fin del mundo cada día. Más vale evitar desgarros y grandes aspavientos: que lo que escribas se entienda y que los textos sean amenos. Y si añades un poco de ironía, de distancia, se produce un efecto de acercamiento del lector. Si tú das un paso atrás, el lector está dispuesto a dar un paso adelante. He intentado ser comedido y ameno. Y alguna vez espero haberlo conseguido». Conclusiones de un verso suelto: «La mayoría de periodistas trabajan en manada. Y hay otros que van un poco por libre. A mí, es que las jerarquías… Sé que hacen falta pero yo no encajo. Nunca he sido jefe de nada. Lo que he procurado es elegir a mis jefes. Jefes que me dejaran tranquilo. Ese es el modo en que a mí me gusta funcionar, incluso en las corresponsalías. La tendencia en ellas es juntarte con otros periodistas de tu país o que hablan tu idioma. Yo no. Yo siempre he preferido viajar solo y trabajar solo».
- Le concedo ahora otro privilegio. Teclee su párrafo final para la Wikipedia.
- Mmm... No me siento orgulloso, pero… (Medita un poco) Creo que si algo no he hecho mal es preocuparme por las personas de las que escribo. Todos los que se dedican al periodismo deberían tener presente lo que es sacar a una persona corriente de la calle, a la que le ha pasado algo de su vida normal, y llevarla a los papeles, a las pantallas, a las ondas. Quien se ha visto en esa situación, sabe la distorsión que se produce, que es inevitable, porque el que aparece en una entrevista tiene que reconocerse. Y hay que tener cuidado con las personas. Al final toda la información se basa en personas. No conozco el periodismo que hable de objetos inanimados. Y hay que ser muy justo y tener mucho cuidado, porque esa persona tiene su importancia. Consejo: no abuses de tu posición, no te burles de forma gratuita. Cuidado con las personas.
- Ese mandato es incluso más complicado de ejercer en el periodismo local. Pero también es un ámbito más reconfortante.
- Seguramente. Es que si no lo haces así en el periodismo local, nadie te va a contar nada. La clave es escuchar a la gente. No es del todo verdad eso que decía Kapuscinski de que para ser buen periodista tengas que ser buena persona pero creo que ayuda, sobre todo en el periodismo que trabaja con personas. Intentar ser bueno creo que rinde beneficios incluso desde un punto de vista egoísta. Conviene ser honesto y añadir un extra de bondad.
- ¿Y el periodismo está contando hoy bien lo que pasa? ¿No le parece que vivimos esa clase de momentos que citaba Dickens en 'Historia de dos ciudades', lo de que es el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos, a la vez?
- Efectivamente. Es una frase que más de una vez tengo la tentación de parafrasear porque refleja la época que vivimos. Pero es una época para hacer periodismo. Pasan tantas cosas y todas nos afectan tanto… Y pienso que sí, que es el mejor de los tiempos y también el peor. Y pienso que el periodismo lo está contando de la mejor manera posible. Sólo hace falta perspectiva. El periodista escribe un borrador y en el borrador hay errores inevitables, defectos de mirada, pero el periodismo es eso.
- Y no es mala cosa del todo.
- No, es la función que seguimos haciendo y mejor que antes. Pero creo que al periodismo de hoy le falta un poco de calle, carnalidad. Humanidad. Pasear por la calle y conocer a desconocidos que te cuentan su vida. Eso pide tiempo y moverte. Pero hoy las redacciones parecen granjas de gallinas ponedoras, cada uno con su ordenador, algunos hasta con cascos. Y perdemos textura. El periodismo se hace un poco más frío.
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