Frescos de la bóveda de los Santos Juanes. J. L. Bort

Así se crían los bichos que han salvado los Santos Juanes

La restauración de los frescos de Palomino ha contado con billones de bacterias adiestradas con agua y cola orgánica para acabar con las sustancias dañinas I La última semana de noviembre se reabrirá la iglesia y se podrá ver el brillante resultado de la intervención

Laura Garcés

Valencia

Domingo, 2 de noviembre 2025, 18:35

El de hoy es un relato de arte y de las personas que lo mantienen vivo, pero es también el relato de unos bichos que criados y adiestrados ex profeso se han comido todo lo que afeaba y enfermaba 450 metros cuadrados de pinturas arrancadas a los frescos de Palomino en la iglesia de los Santos Juanes. Son los incondicionales aliados de los profesionales que han devuelto a Valencia una de sus joyas. Queda menos de un mes para disfrutar del resultado de su trabajo.

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La última semana de noviembre se podrán mirar y admirar las pinturas liberadas de los daños que un incendio durante la Guerra Civil, el tiempo, la humedad y una desafortunada restauración de los años setenta imprimió en el templo. Un amplio equipo de especialistas y la inversión de seis millones de euros por parte de la Fundación Hortensia Herrero lo han hecho posible.

¿Es mucho, verdad? Pues no es todo. Esos componentes han contado con un aderezo «invisible al ojo humano», pero imprescindible: las bacterias. Sí. Las pseudomonas stutzeri, como se llaman los billones de diminutas amigas de los frescos de los Santos Juanes. ¿Cómo se han criado? ¿Cómo han actuado?

Visto lo visto lo han hecho con obediente disciplina. Han respondido a las exigencias del guion sin rechistar bajo la mirada y dirección de comportamiento de Pilar Bosch, bióloga y profesora de Conservación y Restauración de Bienes Culturales en el Instituto de Restauración del Patrimonio de la Universitat Politècnica de València (UPV).

Dice la RAE que las bacterias son un «microorganismo unicelular sin núcleo diferenciado, algunas de cuyas especies descomponen la materia orgánica, mientras que otras producen enfermedades». Despejada la duda: las hay que encierran en el corazón que no tienen la capacidad de curar. «No hay que demonizar a las bacterias. Hay malas, pero otras no lo son», sentencia Pilar Bosch.

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Las buenas, las que curan, son las que han actuado en los Santos Juanes. ¿Cuántas? Tantas que hay que hablar de «billones». Ellas se han puesto a disposición de los profesionales para su aplicación sobre las pinturas «en solución líquida -con agua- en una cantidad que ha alcanzado los 225 litros».

La bióloga Pilar Bosch muestra las bacterias. Iván Arlandis

Para cada metro cuadrado de las pinturas que fueron arrancadas en los años setenta «se han necesitado aproximadamente medio litro de bacterias». Los especialistas han aplicado los bichos sobre los paneles extraídos de la bóveda, las tablas sobre las que durante la desafortunada restauración de los Gudiol se colocaron las pinturas tras arrancarlas de la bóveda de la iglesia.

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Se dice muy pronto. Pero no es tan fácil. Para que los adorables bichitos se hayan podido aplicar sobre la obra de Palomino y acabar con los restos de cola orgánica que dejó aquella triste intervención, Pilar Bosch los ha tenido que educar siguiendo una minuciosa labor de laboratorio.

La bióloga, especialista en biolimpieza y biorrestauración, explica el camino recorrido para un viaje que empezó con la «compra de las bacterias» en el banco de la Universitat de València, la Colección Española de Cultivos Tipo (CECT). A partir de ese momento se activó el arduo trabajo del sembrado para disponer de la colonia necesaria y el posterior adiestramiento. Se impone enseñar a los microorganismos qué tienen que comer para acabar con ello cuando se les deposite sobre la piel de pintura extraída de los paneles y colocada en unos nuevos de fibra de carbono.

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«Cuando compro las bacterias en el banco, me mandan un botecito pequeño». A la vista, es una gota o poco más. «Lo sembramos en placa petri y va creciendo». El periodo de incubación es de unas 24 horas. Tanto medran que, como explica la profesora Bosch, «en cada milímetro de placa pueden crecer millones de bacterias». No sorprende que la suma ofrezca como resultado una legión de billones de aliados.

Bacterias educadas

Cuando la colonia está criada, procede educarla. La escuela es un matraz en el que Pilar deposita las pseudomonas stutzeri junto «con agua y cola orgánica» para que se familiaricen con esa cola y puedan cumplir el encargo de acabar con la sustancia que enfermó las pinturas. Sólo han de tragar lo que perjudica a la superficie a biolimpiar.

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Cuando los bichos ya han aprendido la lección, llega el momento de centrifugar la solución acuosa, «el medio de cultivo», para aislar las bacterias. Quedan separadas de la cola con la que se han entrenado y de nuevo, «se suspenden en agua para obtener la solución de aplicación». A las bacterias no se las puede dejar en seco, necesitan humedad para subsistir. La solución líquida que resulta muestra un poso que es el equipo de bichitos que pasarán a manos de los restauradores.

El laboratorio ha conseguido la medicina. Ya todo queda a merced de los médicos del arte, quienes «a pincel aplican la solución de biolimpieza sobre el fresco –la piel de las tablas extraídas de la bóveda– cubierto por un papel japonés como protección». Falta un detalle. Pilar Bosch explica que el fresco «se cubre con una fina capa de agar caliente».

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La ayuda del agar

¿Qué es el agar? «Una sustancia gelificante que procede de las algas» y que una vez aplicada resulta una especie de gelatina muy fácil de retirar, «también se utiliza en cocina». A continuación «para mantener la humedad durante el tratamiento, que dura unas tres horas, se cubren las pinturas con una lámina plástica y transcurrido ese tiempo, se retira el empaco y limpia la superficie con agua para retirar posibles restos». Llegados a este punto, sólo queda dejar secar y comprobar «la ausencia de bacterias vivas mediante sistemas no invasivos», aclara la especialista.

Cola orgánica que una vez preparada se utiliza para adiestrar a las bacterias. Iván Arlandis

Biología e investigación ayudando al hombre para servir al arte. Los pequeños microorganismos –sólo los virus les ganan en pequeñez– que son las bacterias, se han puesto a disposición de la mayor manifestación de la creatividad humana. El resultado se verá muy pronto.

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La fecha señalada para mostrarlo era el último trimestre de 2025. Y ese tiempo ha llegado. Apenas un mes separa a la sociedad de la posibilidad de que los ojos de los valencianos y los de cuantos visitantes lo deseen descubran la que, sin duda, será una visión de la reconquista de la belleza.

La mirada de curiosos y de amantes del arte se encontrará con el resultado de un trabajo realizado con la misma pericia con la que el cirujano se maneja con el bisturí a la hora de enfrentarse a un cuerpo humano cuya vida hay que salvar. Salvar –casi resucitar– una obra de arte maravillosa es la esencia del proyecto de restauración de 1.200 metros cuadrados de frescos de los Santos Juanes dirigido por la catedrática de Restauración Pilar Roig. No todas las pinturas han requerido la aplicación de las bacterias, sino otros medios.

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La recuperación no sólo se ha detenido en la magna obra de Palomino. Todo el templo se ha puesto patas arriba. No ha quedado un solo rincón sin revisar. El edificio en su totalidad: las fachadas, el campanario y hasta la veleta han recuperado el brillo bajo la dirección del arquitecto Carlos Campos.

Suena a tiempos del Renacimiento, a la concentración de saberes que ha aportado un experto equipo humano interdisciplinar. No es pretendida grandilocuencia. Es descripción de la película coral que se ha rodado entre las cuatro paredes de un templo de origen gótico que acabó con fisonomía barroca y que hoy, en el siglo XXI, devuelve a los valencianos su esplendor impulsado por el mecenazgo.

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