Calle José Faus, donde se ubica la mayoría de las viviendas. José Luis Bort

La calle de Valencia que es barrio, pueblo y también ciudad

Alrededor de José Faus, otras calles acogen un ejemplar caso de viviendas baratas cuando se construyeron para albergar a la clase trabajadora de hace un siglo, convertidas hoy en un modelo de urbanismo razonable y grato

Jorge Alacid

Valencia

Domingo, 7 de diciembre 2025, 01:11

Dice la bibliografía al respecto del conjunto de casas alojadas en la calle José Faus y aledañas (Asturias, Lo Rat Penat, Andrés Mancebo) que se ... trata de un conjunto de edificaciones obra del arquitecto Salvador Donderis Tatay, fechado en 1928. También anota que el bloque de encantadores chalecitos, de diversa fisonomía aunque emparentados por una imagen común, nació como tantos otros: consecuencia de las modernas políticas entonces en boga que diseminaron por España el concepto bautizado por aquella que época como casas baratas. Las hay en otros rincones de Valencia, pero desde luego no en tan alto número. El total superaba el centenar cuando se edificaron. Pasear a su lado, en una brillante mañana de otoño, se resume en cuanto no detallan los libros: la sensación de caminar por una Valencia inexistente, fantasmal casi. Es un territorio encapsulado sin grandes alteraciones desde hace un siglo, una especie de santuario del tiempo en que la vida doméstica transcurría más lenta, forjaba un espíritu de barrio entre los ocupantes de la casa y daba una medida más sosegada y proporcionada a la idea de habitar una vivienda que fuera algo más que eso. Que fuera un hogar.

Publicidad

Lo curioso del caso de estas fincas semiemparedadas entre las calles dedicadas en el nomenclátor local a los dos archipiélagos españoles (Islas Baleares al sur, Islas Canarias en la frontera norte) es que han sido devoradas por los bloques circundantes sin anotar apenas alguna baja en el parte de incidencias. En la esquina entre la calle Asturias y Andrés Mancebo, un edificio de estética cuestionable recuerda que para los desastres urbanísticos Valencia ha acreditado siempre larga pericia. Salvado este ejemplo de mejorable arquitectura, debe concluirse que tienen suerte los habitantes de las casas ubicadas donde antaño, como apunta una vecina, discurría el Camino Hondo del Grao: hoy son barrio, son incluso municipio independiente, si se admite la hipérbole, y además tienen la ciudad moderna ahí al lado. Por una de las calles se divisan las creaciones de Santiago Calatrava en el nuevo cauce y allá al fondo la torre de Iberdrola recuerda que la ciudad tiene pendiente expandirse por sus alrededores. Nada hace sospechar al paseante en semejante contexto que va a tropezarse con esta hechizante manzana en cuanto dé la vuelta al Sporting Club de Tenis y se sumerja en la Valencia de hace un siglo, cuando este dédalo de calles era propiedad privada y en una esquina de José Faus, paredaña con Islas Canarias, un par de caserones propiedad del Arzobispado servían de escuela para un barrio que entonces ni siquiera lo era.

«Esto era puro extrarradio». La frase pertenece a Carlos, un veterano vecino de esta barriada llamada Infanta Isabel, denominación cuyo origen desconoce de dónde nace. Carlos aún habita la misma casa donde nació en 1960, comprada por su padre se supone que a un precio más económico que las tarifas propias de hoy en día: de baratas, estas casas ya no tienen nada. Un portal inmobiliario registra que hacerse ahora con la propiedad de uno de estos chalecitos exige una derrama de 260.000 euros, como mínimo. A cambio, el potencial interesado se podrá hacer con una vivienda de planta baja más otra superior, rematada en algún caso de azotea. En las más voluminosas, situadas tanto en la calle Asturias como en Islas Canarias, el jardín delantero es más amplio, aunque Carlos ignora si también lo será el trasero, porque todas poseen ambas dotaciones. Un espacio estupendo para hacer la vida al aire libre, como atestiguan los veladores, sombrillas y arbolado que garantiza alguna sombra aunque Rafa, otro vecino, advierte que en verano el sol es generoso con sus rayos y conviene cobijarse en el interior para buscar alivio.

Lo comenta mientras barre las hojas arrastradas por el viento del jardín propio, una barrera vegetal que confiere un necesario y hermoso refresco a la condición de habitante de esta barriada donde confirma que la vida comunitaria se mantiene más o menos intacta, a diferencia de lo habitual en otros puntos de la ciudad. «Es que nos conocemos todos», sostiene, mientras saluda a un convecino que sale de casa para irse de compras. «Esto es como un pueblo», añade. Desde luego. Un pueblo provisto incluso de su propio pozo, situado en una esquina entre la última finca más al norte y uno de los edificios que ahora la escolta. Así que en efecto estamos paseando por un pueblo, parapetado en su condición ya perdida de urbanización cerrada, el rasgo diferencial que nada tiene que ver con su actual fisonomía. Hoy cruzan los coches en demanda del preciado aparcamiento y restan algo de encanto a la experiencia de la caminata, aunque no por completo: quien se anime a adquirir una de estas fincas deberá saber que el desembolso exigido se lleva consigo un valor intangible además de la propiedad en sí: será dueño de esa idea triunfante en este rincón de Valencia, consistente en residir en el corazón de la ciudad sintiendo que forma parte de un barrio con su arraigada identidad, muy acusada.

Publicidad

Esa personalidad propia del pueblo que todavía debió ser más evidente cuando se construyeron como casas baratas, a imitación de otros casos repartidos por España y el resto del continente. Cuando este rincón de la ciudad era pura y remota periferia. Rafa se recuerda de pequeño viniendo por aquí de la mano de su padre, con la sensación de que «parecía que nos íbamos al fin del mundo». Saluda, se mete en casa y deja en el aire la sensación que habita en sus palabras: en cierto sentido, la calle José Faus sigue siendo su propio mundo.

En el nombre de José Faus y en el nombre de Andrés Mancebo

¿Por qué se llama Infanta Isabel a esta barriada? Los vecinos que se animan a compartir su experiencia de residir en este coqueto conjunto de calles se encogen de hombros. «Ni idea», responde uno. También ignoran quién fue ese José Faus que da nombre a la calle principal. Inútil por lo tanto preguntarles por Andrés Mancebo, la calle paralela situada más al oeste, hogar de unas cuantas otras fincas de este mismo linaje. Una pena: porque ambos nombres merecen la pena de disponer de un reconocimiento superior, como detalla en un amplio reportaje la publicación Valencia Bonita, resolviendo esas dudas. Así podemos saber que Faus fue la persona al frente de la cooperativa que hizo realidad este proyecto, que algo tendría de utópico cuando se alumbró. Un vecino sospecha que detrás de esta aventura mitad empresarial, mitad urbanística se podía detectar la mano de la Iglesia, puesto que el Arzobispado contaba en la esquina con Islas Canarias con una hermosa parcela de su propiedad. Es una hipótesis realista pero aventurada. Lo que sabemos es que Mancebo mereció igualmente el honor de dar su nombre a esta discreta calle porque fue el funcionario encargado desde el Ministerio de Vivienda de que se materializar la construcción de un conjunto de viviendas nacidas para la clase obrera de aquella Valencia; en su mayoría, trabajadores de la cercana Fábrica de Gas Lebón, que recibieron su casa de acuerdo con un curioso proceso: dos manos inocentes, un par de críos hijos de cooperativistas, las distribuyeron por sorteo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio

Publicidad