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Los jóvenes de los barrios más conflictivos de Nápoles y más expuestos a la Camorra aprenden valores en talleres donde el arte tiene un papel importante. R. C.
Los niños de la Camorra

Los niños de la Camorra

Nápoles recurre al teatro, el deporte y la educación para evitar el fracaso escolar y responder a las bandas de jovencísimos criminales que tienen atemorizada a la ciudad

DARIO MENOR

Lunes, 7 de octubre 2019, 00:27

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A mi hijo no le mataron porque estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado. Él estaba gozando de la libertad de una noche de finales de verano. Los que se equivocaron fueron sus asesinos, que llegaron en cuatro motos de alta cilindrada buscando a un 'boss'. Aunque no dieron con él se pusieron a disparar igualmente y mataron a mi hijo». Antonio Cesarano toca con devocional respeto la rodilla de la escultura que recuerda a Genny, el muchacho de 17 años asesinado en la madrugada del 6 de septiembre de 2015 mientras charlaba con sus amigos en una plaza de Sanitá, un barrio del centro de Nápoles con presencia del crimen organizado. Este adolescente fue una víctima colateral más de la guerra entre los clanes de la Camorra, la mafia de Nápoles y su región, Campania. Siete meses después del asesinato de Genny tuvo lugar el de Ciro Colonna, un joven de 19 años que pereció en el tiroteo en el que dos criminales acabaron con la vida de Giuseppe Vastarella. Capo del grupo mafioso que controla parte del barrio de Sanitá, Vastarella era a quien los sicarios del clan rival de los Lo Russo pretendían eliminar la madrugada en que mataron a Genny.

Aquel día Antonio Cesarano tomó conciencia de que «nunca más volvería a ser feliz» porque lo que le había ocurrido es «antinatural», pero también de que «no tenía miedo a nada» y que «ya nadie podía hacerle sufrir más». De la rabia por las noticias infundadas sobre la supuesta pertenencia de Genny a la Camorra, este hombre de 49 años sacó fuerzas para fundar una asociación que trata de evitar que los chicos del barrio caigan en las garras del crimen organizado o delincan por su cuenta creando bandas armadas. Son las llamadas 'baby gangs', formadas incluso por menores de edad y que actúan con una violencia gratuita, absurda y extrema. Se parecen más a las 'maras', las pandillas juveniles que desangran países centroamericanos como El Salvador, que a las mafias clásicas italianas, como la Cosa Nostra siciliana o la citada Camorra.

«Si vives en Sanitá te ponen la etiqueta de delincuente porque es un barrio difícil. Esos rumores sobre mi hijo me hicieron levantarme. El único camino para romper el círculo es no callarnos y recuperar el control de este territorio a través de la educación. Aquí no hace falta represión, sino un ejército de trabajadores de los servicios sociales. Tenemos que responder a la tasa de abandono escolar, que en algunas zonas de Nápoles es de las más altas de Europa», cuenta Antonio mientras pasea por las calles de Sanitá. Es una barriada popular donde la presencia criminal se mezcla con escenas típicas de la vida partenopea. Es posible encontrarse hasta a los repartidores de una tienda de muebles que llevan un somier montado en una motocicleta. Circulan sin casco, por supuesto.

Antonio se limita a echarles una mirada divertida mientras, cada cuatro pasos, alguien le da la mano o le saluda. «Nací aquí y no pienso marcharme. Yo veo la muerte de Genny como un martirio. Se sacrificó para propiciar una rebelión popular que cambie el barrio. Mucha gente también se ha levantado para decir no a la ilegalidad. De momento hemos conseguido que pongan cámaras de seguridad y hay ya varias asociaciones que estamos trabajando en red».

Deporte y escuela

'Un popolo in cammino per Genny vive' (Un pueblo en camino por Genny vivo), la organización fundada por Cesarano, asiste hoy a unos 200 niños y chavales de Sanitá. Les ofrecen de forma gratuita clases de fútbol, taekwondo, danza y otros deportes en un gimnasio del barrio donde recibe a los chavales Franco Di Martino, policía jubilado que ha pasado de patrullar las calles de Nápoles a tratar de sacar de ellas a los chicos en riesgo de caer en manos del crimen organizado. «El deporte y la escuela son las llaves para conseguir alejar a los muchachos de la Camorra, que es un verdadero cáncer para la sociedad. El fracaso escolar y caer luego en la delincuencia es algo que le puede pasar a cualquiera por aquí», cuenta Di Martino, explicando orgulloso que la asociación, que sólo tiene un año de vida, no ha recibido ni un euro de dinero público para costear las actividades que ofrece a los chavales. «Si conseguimos un día cobrar un resarcimiento económico por el asesinato de mi hijo, dedicaremos todo a la asociación. De momento tiramos para adelante con donaciones y, si hace falta, poniendo algo de nuestro bolsillo. Conseguir que al menos diez chicos no abandonen las clases y evitar así que acaben en la calle sería para mí la mejor manera de honrar la memoria de Genny», confiesa Antonio.

La imperiosa necesidad de un cambio es reconocida por las autoridades. «La escuela por sí sola no puede ser la única respuesta a este problema», dice Annamaria Palmieri, concejal municipal de Educación de Nápoles. En un descanso de un convenio celebrado en el Ayuntamiento de la capital partenopea sobre la contribución de colegios e institutos a la construcción de una sociedad más justa, Palmieri explica el abandono escolar, que en algunas zonas de la ciudad alcanza el 30%, debido a la «falta de continuidad» en la presencia del Estado. «Llega un momento en el que los chicos no ven la educación como un camino para el éxito, consideran que no es un modelo adaptado para ellos y la abandonan. Y eso que en el algunos barrios con graves dificultades socioeconómicas las guarderías, colegios e institutos son el Estado. Encuentras allí docentes magníficos, que tienen una gran identificación y se ocupan de todo en sus comunidades, pues son conscientes del impacto que logran», asegura la concejala.

Con diversas escuelas napolitanas colabora la asociación 'Maestri di Strada' (Maestros de la calle), que ofrece talleres de teatro, artes gráficas, apoyo escolar y mediación en varios barrios conflictivos de la ciudad. Unos 800 chavales se benefician de su labor. «Muchos chicos se sienten insignificantes, están llenos de rabia y no toleran que alguien tenga más poder que ellos. Están aburridos de las clases porque han perdido la confianza de los adultos y piensan que la educación no sirve para nada. Sienten una suerte de depresión que los napolitanos llamamos 'sfastidio'», cuenta Nicola Laieta, un joven economista y director de teatro que se encarga del taller de arte dramático.

El arte les ayuda

Laieta consigue que cada año un grupo de chicos interprete una obra en una importante sala de Nápoles. «Últimamente hemos representado 'Sueño de una noche de verano', de Shakespeare. Les han servido para hablar del amor, de cómo contener los impulsos o de la importancia de preocuparte por tu ciudad. Gracias al arte llegas a sitios a los que no alcanzan las palabras. Logramos que hablen de ellos mismos sin darse cuenta».

Lucia Affinita, una chica de 14 años que vive en Ponticelli, un barrio conflictivo de la periferia de Nápoles, es la viva imagen del éxito que tiene el taller de teatro, aunque Laieta reconoce que también cosechan derrotas. «Yo quiero ser actriz», dice Affinita con una madurez sorprendente para su edad. «Gracias a los talleres de la asociación he ganado seguridad en mí misma. Al vivir en un barrio difícil todos piensan que eres un criminal, pero he aprendido que cada uno puede ser lo que quiera. Hay algo bueno en cada persona y sólo hay que ayudar a que salga hacia afuera».

Su optimismo y jovialidad de adolescente no le hacen olvidarse de los riesgos que supone vivir en algunos barrios de Nápoles. «Hay momentos en que sales de casa y no sabes si vas a volver. Mi hermano era muy amigo de Ciro Colonna y su muerte nos conmocionó mucho a todos», ilustra Lucia, haciendo referencia al joven de 19 años asesinado en la lucha entre los clanes del barrio Sanitá.

«Nos encontramos frente a una degradación en el tipo de crimen. Se ejerce una violencia casi terrorista, no sólo para conseguir riqueza o poder, sino también sólo por el hecho de dar miedo», cuenta Cesare Moreno, fundador de 'Maestri di Strada', para explicar la eclosión de las 'baby gang'. «No son verdaderos grupos, hay una fluidez organizativa que las hace mucho más peligrosos. Estos chicos se creen los más poderosos, practican una violencia incontrolable. Como sienten dentro de ellos que no son nadie, creen que pueden hacer de todo. Cuando les preguntas el motivo de comportarse así te responden '¿y por qué no?'». Moreno pone un par de ejemplos de esta actitud. El más reciente es el acuchillamiento del hijo adolescente de una compañera por parte de un grupo de chavales sin motivo alguno. «Ni siquiera le robaron el móvil». El otro ejemplo son las incursiones que hacen por las calles de algunos barrios de Nápoles bandas de chicos montados en moto disparando al aire. «Lo hacen para asustar a la gente, conseguir que se tiren al suelo y afirmar su poder». Es una muestra más de la degradación cultural y criminal de la que habla el fundador de 'Maestri di Strada'.

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