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Pepe, junto a sus padres y su hermano Luis en el estadio Bernabéu. archivo pepe vaello
Pepe Vaello, una ausencia irreparable y un ejemplo de lealtad
El túnel del tiempo

Pepe Vaello, una ausencia irreparable y un ejemplo de lealtad

PACO LLORET

Sábado, 23 de diciembre 2017, 00:09

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El Valencia juega esta tarde el último partido de 2017 y, por primera vez en los últimos ochenta y tres años, Pepe Vaello no estará presente en Mestalla. Una baja sensible, una ausencia irreparable. Con su proverbial jovialidad y un optimismo desbordante, Pepe siempre permaneció al lado de la entidad, nunca abandonó su militancia, no se desengañó jamás, aceptó con estoicismo los avatares del destino, disfrutó de los buenos momentos y capeó con elegancia los reveses; fue, en definitiva, un entusiasta valencianista desde la infancia, que recibió el bautismo en 1934, cuando siendo un niño pisó aquel viejo campo de madera por primera vez en compañía de sus padres y hermanos. Así hasta el pasado mes de octubre, cuando presenció in situ desde su localidad en el querido escenario de Mestalla el último partido de su vida.

José Vaello Oltra vivió la conquista de todos los títulos logrados hasta la fecha por el club de sus amores gracias a su prolongada longevidad. Pocos casos habrá como el suyo, porque desde la campaña 33-34, la de su estreno, coincidiendo con un notable éxito -los valencianistas alcanzaron su primera final- hasta la presente, ya en otro siglo y a las puertas del Centenario, pudo presumir de haber visto en acción a la Delantera Eléctrica, a Kempes y a Waldo, a Puchades y a Villa, a Wilkes y Fernando, a Eizaguirre y a Cañizares. Un sinfín de vivencias, de emociones compartidas y almacenadas en su prodigiosa memoria. Vaello no se conformó con ser mero espectador en los partidos de casa, también se convirtió en un peregrino devoto de las andanzas del Valencia tanto por España como por otros países. Ese rasgo le proporcionó fama y renombre, le distinguió, sobre todo, por haber coincidido en una etapa de éxitos y de proyección internacional. A caballo entre el final de los setenta y el principio de los ochenta, Pepe Vaello se convirtió en un miembro oficial de la expedición valencianista, hombre querido y apreciado por los futbolistas, integrado por su saber estar y su voluntad de servicio.

No tuvo aspiraciones de mando y rechazó las propuestas que recibió para incorporarse a la directiva. No ambicionaba el poder. Esa parte del fútbol no le seducía, siempre tuvo claro que el club estaba muy por encima de los intereses y de las conspiraciones. Su independencia personal, el rechazo a ostentar un cargo y a no dar rienda suelta a la vanidad le granjeó alguna que otra incomprensión. La envidia ajena le resbalaba. Los desplazamientos se los costeó siempre de su bolsillo. Nunca pidió nada al club. Todo lo contrario, fue una persona desprendida que no escatimó el apoyo a nadie que se lo solicitara. Su voluntad de ayudar quedó de manifiesto en numerosas ocasiones. Hubo un jugador valencianista al que proporcionó trabajo para que superara sus graves problemas económicos y una situación personal complicada. La discreción le distinguía y los futbolistas confiaban plenamente en él, se convirtió en una especie de confesor que conocía de primera mano todo lo que se cocía en el vestuario. Muchos de esos secretos se los ha llevado en vida y ha respetado la palabra dada en su día.

Aquel Valencia al que acompañó de forma casi permanente durante cerca de veinte años por medio mundo se caracterizaba por un ambiente más familiar. Era otra época. Con Ricardo de la Virgen como responsable en los viajes, jefe en el vestuario, y máxima autoridad por delegación del presidente, Vaello pasó de ser un mero acompañante a gozar de privilegios impensables en la actualidad como el de acceder al vestuario y viajar en el autobús del equipo. Una estructura más sencilla permitía compartir esas vivencias con naturalidad. Se creaba un clima de confraternidad porque los jugadores permanecían más tiempo vinculados al club y todos se conocían. Sus innegables dotes para las relaciones humanas, su carisma en la distancia corta hicieron el resto. Pepe Vaello se supo ganar el aprecio de quienes dirigían la nave, desde Ramos Costa a Salvador Gomar, desde Pasieguito a Joaquín Aracil.

En su código de incondicional valencianista no entraba la queja ni la protesta. Solo sacó el pañuelo para festejar goles y celebrar triunfos. El silencio le acompañó cuando venían mal dadas. No daba todo por bueno pero los análisis críticos quedaban en la reserva para gente de su confianza y procuraba que no dañaran la imagen de la entidad. Cuando los responsables del Valencia decidieron que no podía seguir manteniendo su estatus lo entendió sin reproches y asumió su nueva condición. Atrás quedaba una etapa maravillosa. Su gran amigo del alma fue Emilio Viña, fotógrafo del club y un ejemplo de bondad, fallecido hace años. En la calle Pelayo, enfrente de la entrada al Trinquet, una pequeña tienda de marroquinería que ha regentado Pepe hasta los últimos días de su vida terminó por convertirse en un museo repleto de imágenes históricas del Valencia y en el depósito de centenares de fotografía legadas por Viña. En las puertas del Centenario se nos ha ido Pepe. Sus amigos siempre le recordaremos con cariño; fue una persona irrepetible, valencianista hasta la médula que ha alcanzado la gloria reservada a los más grandes: convertirse en un símbolo de lealtad.

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