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D'Alessandro lo paró todo. Kempes marra una oportunidad clarísima en el Helmántico ante el portero del Salamanca. El Valencia estrelló cinco balones en los postes. ricardo ros
El gafe de las camisetas y los postes

El gafe de las camisetas y los postes

PACO LLORET

Viernes, 20 de abril 2018

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En la primavera de 1983 el Valencia era como el Titanic tras haber chocado con el iceberg en aguas del Atlántico. Tocado y casi hundido. Su destino parecía irremediablemente decidido. Abocado al descenso con una plantilla que tres años antes había conquistado sendos títulos continentales y que en ese mismo ejercicio había dado probadas muestras de competir con éxito ante los rivales más potentes. La psicosis se instaló en el vestuario. Nadie daba con la tecla para solucionar la prolongada racha de adversidades que perseguía al equipo de Mestalla. Algunos jugadores alcanzaron tal nivel de obsesión que terminaron por visitar adivinos, espiritistas y a someterse a conjuros con tal de ahuyentar los malos espíritus que se habían cebado con ellos. Una maldición inexplicable perseguía al Valencia.

Resultaba imposible explicar cómo se podía estar tan gafado. Entonces alguien decidió tomar medidas. El Valencia fracasaba fundamentalmente lejos de casa, en los partidos como visitante era un desastre hasta el punto de perder todos los encuentros de la primera vuelta. En la segunda entrega del torneo tan solo se lograron dos pírricos empates, uno en el Insular, que a la larga resultó fundamental para evitar el descenso al final del campeonato, y otro en El Molinón. Los goles de Kempes en Las Palmas y de Subirats en Gijón se tradujeron en los únicos positivos obtenidos como se reflejaba entonces en la clasificación. Así que se apostó por prescindir de la camiseta de la 'senyera' y sustituirla por una indumentaria completa de color rojo. En el estado de desesperación en la que se hallaba el equipo a todo el mundo le pareció bien aquella decisión. El cambio por el cambio a ver si se rompe el mal fario.

Antes de adoptar esa decisión, los valencianistas habían sufrido varios varapalos de todo tipo enfundados con los tradicionales colores de la 'senyera'. En el Bernabéu se habían recibido cinco goles, en La Romareda se había quedado a un paso de remontar tres goles y se había perdido en el tramo final un partido en Zorrilla con el ya habitual y fatídico gol de Minguela. Mientras en casa se resolvían con autoridad los compromisos salvo alguna excepción, los desastrosos números obtenidos en los desplazamientos invitaban a la preocupación. A falta de cuatro jornadas para el final, el Valencia estaba a un punto de la salvación tras haber vencido al Racing de Santander por 2-1 en Mestalla con goles de Roberto e Idigoras en un duelo dramático que dejaba a los cántabros como colistas. El Celta era penúltimo, un punto por detrás de los valencianistas, cuyo calendario pasaba por visitar Salamanca y Vigo, dos campos en los que debía cambiar de camiseta por coincidencia de colores. Se trataba de duelos trascendentales al igual que los de casa ante el Betis y el Real Madrid.

Jugar con la camiseta roja de Ressy ante el Salamanca y el Celta no fue el talismán buscado

Ante la UD Salamanca se estrenó el pretendido uniforme talismán y se jugó de rojo con medias azules puesto que los charros las lucían de color blanco. Para los escépticos y quienes no creen en brujerías vale la pena evocar que en aquel choque a vida o muerte el Valencia se estrelló contra los postes del Helmántico en cinco ocasiones, incluida una doble con remate de chilena de Mario Kempes. Aquella tarde quedó claro que el infortunio no tenía nada que ver con los colores. Los jugadores que dirigía Koldo Aguirre acabaron desmoralizados, parecía imposible no haber logrado marcar en la portería que defendía Jorge D'Alessandro. Los cinco remates rechazados por la madera fueron la guinda del pastel de una temporada que aún no había dicho su última palabra. Liquidado el Betis con cuatro goles en Mestalla quedaban dos balas en la recámara. El partido de Balaídos era otro duelo a cara de perro con ambos equipos en idéntica situación clasificatoria que dos semanas antes: el Valencia a un punto de salir del pozo y el Celta un punto por detrás. No va más.

Otra vez de rojo y otra vez los postes. Además, por si faltaba algo, Sánchez Arminio estuvo calamitoso y enseñó a Kempes la tarjeta amarilla que le iba a impedir jugar el último encuentro ante el Real Madrid en el que se iba a obrar el prodigio de la salvación. Todas las desgracias acumuladas desaparecieron en Mestalla aquella inolvidable tarde del 1 de mayo. El destino reparó en noventa minutos todas las jugarretas con que había castigado al Valencia. El partido ante el Celta concluyó con triunfo local por 2-1. Los gallegos se habían adelantado en el marcador pero Mario Kempes estableció la igualada al transformar un máximo castigo. La presión de la grada y el deseo de compensar llevaron al colegiado a señalar un penalti a favor de los celestes que certificó su triunfo. Los valencianistas abandonaron cabizbajos y consternados el terreno de juego. Tres claras oportunidades fueron desbaratadas por la madera. La indumentaria roja preparada por Ressy no surtió ningún efecto y desapareció, el Valencia terminó por salvarse de descenso con un gol de Tendillo y en la cuarta jornada de la siguiente campaña recuperó los colores de la senyera para vencer por 0-1 al Real Madrid con gol de Kempes.

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