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Jóvenes, de fiesta junto al paseo marítimo. LP

Entre el botellón y el mar

Vecinos junto al paseo marítimo se desesperan por la pasividad del Ayuntamiento para frenar los ruidos nocturnos

paco moreno

Martes, 15 de mayo 2018, 01:04

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«Desde mi casa veo el mar por un lado y al otro un magnífico parque, pero todo lo estropea el botellón». Los vecinos de la calle Astilleros no salen de su asombro cada fin de semana cuando al asomarse por las ventanas de sus casas contemplan cómo varios jóvenes se meten una raya colocada cuidadosamente sobre un pequeño espejo, abren el maletero para mostrar un enorme altavoz o sencillamente hacen sus necesidades donde quieren.

«Lo peor es la sensación de impunidad», añade uno de los vecinos afectados, harto de subir vídeos en las redes sociales para que alguien del Ayuntamiento reaccione. En el del pasado fin de semana, la fiesta prácticamente estaba pegada al aparcamiento de un cuartel cercano de la Guardia Civil.

«No tienen competencias y por eso no hacen nada; la Policía Local tampoco mucho porque a ver quién intenta desalojar a más de cien personas sin jugarse el tipo». La fiesta se desarrolla en el Cabanyal, entre el jardín de la calle Doctor Lluch y los bloques de viviendas y naves derruidas que recaen al otro lado a la calle Eugenia Viñes, algo al norte de por donde debía pasar la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez hasta el mar,

El vecino que cuenta la historia llegó al barrio al albur de la Copa América de vela, cuando lo de vivir frente al mar empezó a ser una tendencia en Valencia. Rehabilitaron el edificio convencidos de estar en un lugar de privilegio, junto a una playa urbana bandera azul y en un barrio tan singular como el Cabanyal.

«El problema es la discoteca que hay cerca; cuando cierra a primera hora de la mañana siguen la fiesta en este solar», resume otro de los afectados. Este fin de semana acudió una furgoneta de la Policía Local, pero cuando se fueron «la fiesta siguió sin problemas; produce impotencia ver que no pueden hacer nada», señala.

Las viviendas no son baratas. La media está en unos 130.000 euros por un piso de dos habitaciones y seguramente varios de los residentes están enganchados a una hipoteca. El botellón baja el precio de sus propiedades sin remedio.

Después de la fiesta viene lo de sortear los restos. «No es sólo que tiran las botellas vacías, es que vienen a mear y a hacer de todo». Al final no han tenido más remedio que meter todos los aislantes posibles, tipo pladur, así como ventanas dobles y el resto de barreras conocidas para impedir que entre el ruido en sus casas.

El edificio afectado tiene unos 60 años y lo compraron en 2005, cuando en la playa de la Malvarrosa se preparaban los campos de regatas para la competición náutica. Entonces no sabían los que les esperaba. «Después de haber apostado por esta zona, sólo queremos vivir de una manera digna», acaba.

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