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Valencia, ciudad de terrazas

Valencia, ciudad de terrazas

Los hosteleros piden más control policial para evitar las quejas vecinales en aumento y exigen una norma más restrictiva

PACO MORENO

Domingo, 19 de febrero 2017, 21:46

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valencia. ¿Se puede medir el espacio que ocupan todas las terrazas de Valencia? La respuesta es sí y la cifra resultante es de 74.162 metros cuadrados, es decir, diez campos de fútbol y medio para tener como referencia una unidad de medida universal ante la supremacía mediática del balompié.

Una cifra más llamativa si cabe al tener en cuenta que el dato corresponde a 2016, cuando en la capital el Ayuntamiento concedió permiso a 3.476 terrazas de bares y cafeterías. Este año el balance sería incluso superior, dado que se ha alcanzado un nuevo récord al llegarse a los 3.533 permisos otorgados.

La combinación de sol, eclosión del turismo y ley antitabaco ha sido decisiva para llegar a ese número, aunque a la gallina de los huevos de oro los vecinos de los barrios más saturados ponen otras etiquetas: ruidos, suciedad y exceso de ocupación de la vía pública.

En un asunto como este es difícil situarse en el punto medio y los propios representantes del sector hostelero piden un mayor control de las terrazas que exceden la licencia, tanto en horarios como las mesas y sillas permitidas.

Uno de los barrios más castigados por estos excesos es el Carmen. El presidente de la asociación Amics del Carme, Antonio Cassola, señala en primer lugar la falta de coordinación que hay en el Ayuntamiento: «Una de las primeras cosas que nos dijo Carlos Galiana, concejal de Actividades, es que la invasión del espacio público es cosa de la Policía Local. Ponlo, por favor», dice.

Visto que el fallido mestizaje en la Generalitat se extiende al Ayuntamiento, con tres partidos en el Gobierno, los residentes enumeran los problemas para que algún responsable político actúe. «En la calle Roteros hay once locales en poco más de 200 metros. Eso es imposible de soportar por el ruido que generan, más allá de la gente que sale a la calle para fumar y las terrazas».

Por este motivo aboga por una reforma de las ordenanzas donde se incluye una limitación del espacio en las calles. «No se puede superar el 45% del total, más allá de que se deje el ancho suficiente para el paso de los viandantes».

Las asociaciones de hostelería están de acuerdo en esa limitación. Juan Carlos Gelabert, presidente de la asociación de Bares y Cafeterías, comenta que están dispuestos a articular unos topes en algunas zonas determinadas.

Pero lo que más duele a los locales del centro es que a partir del 1 de marzo tendrán que pagar la tasa de mesas y sillas salida del nuevo callejero, que ha repartido la ciudad de dos a tres zonas. Eso sí, 393 locales del centro pagarán un 74% más.

«Es una subida inaceptable y esperamos que el Ayuntamiento rectifique. Al menos, se han comprometido a hacerlo», afirma. Relata como una letanía de pesadilla la subida del Impuesto de Bienes Inmuebles y la actualización de la renta antigua, para llegar al tercer elemento del 'via crucis' con la nueva tasa.

«Se pasa de media de mil euros a 1.700 euros al año», afirma Gelabert, quien considera que eso es el remate para negocios que apenas se tienen en pie. «Hay locales en el centro que, pese al precio de los alquileres, están ofreciendo menús a 9,90 euros. Cobramos por un café lo mismo que hace diez años», afirma.

Acerca de los excesos denunciados por entidades como Amics del Carme, considera que ahora toca una relación directa con la Federación de Vecinos, en el sentido de crear «una línea de actuación para trabajar entre nosotros y resolver las situaciones de conflicto», dice acerca de la mediación previa a la denuncia interpuesta por los afectados.

Cassola apunta otro perjuicio aparte de los ruidos nocturnos. «Hay patios de vecinos y entradas a comercios por donde no se puede ni pasar», debido al exceso de ocupación de la calle. Ahí apunta un dato a tener en cuenta en una reforma de la ordenanza: «es un error considerar que todo el espacio público está disponible. No es así».

De esta manera contesta a si los ejemplos que pone se refiere a que los hosteleros no cumplen con el ancho mínimo de 1,20 metros que deben dejar en Ciutat Vella (en el resto de la ciudad son 1,50 metros). «No se trata de eso, sino de que una plaza esté hasta arriba de terrazas, como ocurre en la del Olmo o en la del Tossal».

Sobre este último lugar apunta que se debería considerar el «coste de la limpieza. Todos los días pasa una máquina de baldeo y eso lo pagamos todos con dinero público, cuando son los hosteleros quienes deben mantener limpio el lugar, como indica la ordenanza».

¿Puede mejorarse la regulación y el control de las terrazas? Gelabert recuerda que Valencia es una ciudad turística y con un clima excelente, una realidad que explica lo que sucede con las terrazas. «Estamos a favor de intentar en algunas zonas que haya un límite», dice.

Acerca del marcado de las terrazas, la última estrategia del Ayuntamiento fue obligar a los locales a marcar los extremos del espacio autorizado con pintura verde. Gelabert pide fijarse en lo que ocurre en poblaciones del entorno. «Hay localidades donde se pone una placa con el permiso y el número de mesas y sillas autorizadas. La Policía Local las controla así».

En los últimos años, los vecinos del barrio de Ciudad Jardín, en las inmediaciones de la avenida Doctor Manuel Candela, han protagonizado varios actos de protesta. «En algunas calles no se puede ni pasar por las aceras. Hoy mismo he visto en la plaza del Cedro cómo se han tenido que levantar para que pasara una mujer con un carrito».

A Concha Arriete, presidenta vecinal, se le nota cansada de un problema al que no le ven solución. «Puede decir tranquilamente que tenemos más de cien locales y no te equivocas», asegura, para recriminar a continuación las palabras de la concejal de Protección Ciudadana, Anaïs Menguzzato, cuando hace poco admitía la escasa eficacia de las multas contra el botellón.

«No tienen vergüenza cuando dicen eso», critica, para recordar que tiene parte de su casa insonorizada. «Tengo ventanas con cristales dobles, poliespán en las paredes para amortiguar el ruido y corcho en la habitación de mi hijo», detalla. Lo peor llegará ahora, con el calor del verano. «Yo me puedo ir pero los que se quedan tendrán que soportar el ruido de las terrazas y el botellón. Eso no es vida», acaba.

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