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ARTURO CHECA
Martes, 7 de febrero 2017, 00:06
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Si el Ayuntamiento de Valencia aplicara de manera acérrima la Ordenanza Municipal de Protección Acústica, la misma que se ha esgrimido para silenciar las campanas de iglesias de la ciudad, el Consistorio tendría que hacer enmudecer el carillón del edificio municipal, reparar los autobuses de la EMT, reducir el estruendo de las obras del anillo ciclista, prohibir el tráfico de vehículos en la práctica totalidad e incluso limitar la actividad de bares y terrazas en zonas tan turísticas como la plaza de la Virgen. Dicha norma municipal fija en 55 decibelios (dBA) el nivel de ruido máximo permitido en «zonas residenciales» (en áreas industriales aumenta a 70), «entre 55 y 60», fue la 'manga ancha' esgrimida por el alcalde Ribó para fijar la meta deseable para las campanas de los templos. Pero, con 55 o con 60 como límite, la mayoría de las zonas de la ciudad de Valencia incumplen la normativa.
LAS PROVINCIAS lo comprueba recorriendo diferentes puntos de la ciudad con dos aparatos de medición de decibelios: un sonómetro Velleman DVM 805, homologado por la Unión Europea, y una app de pago diseñada para smartphone. Y la ordenanza de ruido es papel mojado ya en el propio epicentro de la ciudad. En el corazón de la plaza del Ayuntamiento se incumple la ordenanza. A las 11 de la mañana, la zona peatonal en la que se disparan las mascletàs es un aparente remanso de paz, con bancos tomados por jubilados viendo pasar la mañana y turistas retratando la fachada del Ayuntamiento. La presión del tráfico no parece excesiva. Pero el sonómetro revela la realidad: cinco minutos en el lugar sirven para atestiguar mediciones que oscilan entre los 63 y los 73 decibelios, casi 20 por encima del límite fijado en la ordenanza.
Un minuto de repique
«Ah... ¿pero aquí sí que tocan las campanas», se pregunta Jandro, uno de los ancianos que disfruta un lunes al sol en un banco situado frente a la fachada principal del Consistorio. Su sorpresa nace a las 12 del mediodía, a la hora exacta en que el carillón municipal interpreta unos compases de la 'Marcha de la ciudad'. Lo hace durante algo más de un minuto, con un sonido que llega a los 77 decibelios, muy por encima de los 55 fijados como máximo. Es más, el repique de las campanas se repite a medianoche, y en esa franja horaria el límite baja a 45 dBA. Ni el propio Ayuntamiento cumple la Ordenanza Municipal de Protección Acústica.
Tampoco los vehículos del Consistorio se ajustan al ruido máximo permitido. Los autobuses de la Empresa Municipal de Transportes son un buen ejemplo de ello. Un autocar de la línea 8 bufa a su llegada a la parada de la avenida Marqués de Sotelo. Un niño se tapa los oídos mientras los frenos chirrían. 82 decibelios marca la app del teléfono móvil. La medición del sonómetro no baja nunca de los 70, también muy por encima del límite de la ordenanza.
No muy lejos del cogollo del centro de la ciudad, un 'triunvirato' convierte la calle Xàtiva en una vía poco apacible de embotellamiento de tráfico, polvo... y estruendo por las obras. La construcción del anillo ciclista, con epicentro ahora mismo en la confluencia con Colón, pone sobre la mesa el 'techo' de contaminación acústica en la ciudad en la jornada de mediciones llevada a cabo por este periódico: 89 decibelios. Aunque la normativa sí eleva el límite sonoro para trabajos «que se realicen en la vía pública y en la edificación, si no se emplea maquinaria cuyo nivel de presión sonora supere como nivel máximo los 90 dBA».
En un octavo piso
El uso de los dos sonómetros permite sacar otra conclusión: la contaminación acústica que, según un denunciante, causaban las campanas de la iglesia de San José de la Montaña, una de las acalladas por orden del Ayuntamiento, no es el principal problema de estruendo en dicha zona de la Pechina. Subimos a un octavo piso y medimos el sonido ambiente en el exterior de la calle, a ras del campanario acallado por el Consistorio y lejos del mayor punto de ruido de tráfico. El resultado, 72 decibelios, de nuevo muy por encima del límite de 55 fijado en la ordenanza municipal, y pese a la prohibición municipal a las religiosas de San José de la Montaña de hacer sonar su centenario reloj. Y 'rebobinamos': el carillón del Ayuntamiento de Valencia se planta en 77 dBA.
La presión del tráfico es el principal elemento perturbador y de incumplimiento de la ordenanza. Con el sonómetro se puede comprobar en grandes vías como la calle Xàtiva, Guillem de Castro o los dos márgenes del viejo cauce, en los que se alcanza hasta los 80 decibelios. O incluso más: en la Gran Vía Marqués del Turia, con cada estampida de motos, coches y demás vehículos en los pasos de cebra, el audiómetro llega a 83 dBA.
Otro dato curioso: ni siquiera zonas que podrían pasar por plácidas o tranquilas en la ciudad, como la plaza de la Virgen, se salvan del asedio de la contaminación acústica. En dicho escenario, pasada la una del mediodía y sin una presencia especialmente notable de turistas ni paseantes, la medición arroja un resultado de 65 decibelios, también por encima del límite de la ordenanza de ruido. Si el Consistorio aplicara de manera tan estricta la norma como con las iglesias privadas de sus campanas, las terrazas y bares de la zona podrían ver limitada su actividad por ruido exterior.
Oasis de 'silencio'
Hay muy pocos oasis de 'silencio' en la capital. Apenas las zonas ajardinadas o peatonales se salvan. El repaso callejero de LAS PROVINCIAS permite dar con dos de ellos. Uno de ellos, los jardines del MUVIM, en la calle Hospital, con unos silenciosos 52 decibelios. El otro, la plaza de San Nicolás, a espaldas de una de las parroquias que desde hace unos días no puede hacer repicar sus campanas, en la que el sonómetro revela unos tranquilos 51 dBA. El viejo cauce, situado unos metros por debajo del nivel ruidoso de la ciudad, es también un escenario sin contaminación acústica. Las mediciones echan por tierra el espíritu de la normativa municipal, la que se plantea como objetivo «proteger la salud de los ciudadanos y mejorar la calidad de su medio ambiente». Y ello pese a que en el texto municipal se deja bien claro que «ninguna fuente sonora podrá transmitir niveles de ruido y vibraciones superiores a los límites establecidos, con la consiguiente regulación para espacios residenciales, los destinados a usos sanitarios o docentes (se rebaja el límite a 45 decibelios, o 35 por la noche) y zonas terciarias o industriales.
La ordenanza municipal pretende «prevenir, vigilar, y corregir la contaminación acústica en sus manifestaciones más representativas (ruidos y vibraciones)». En ella se señala como «umbral doloroso» los 130 decibelios, registros que no se alcanzan en la capital, que aún así es una 'ciudad sin ley' en lo que al ruido se refiere.
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