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Uno de los bajos de Campanar cerrados, con el antiguo Hospital La Fe al fondo. :: damián torres
Un barrio en coma sin La Fe

Un barrio en coma sin La Fe

Los bares pasan de servir 56 menús en tres horas a dos en todo el día, las plantillas de las tiendas caen a la mitad y los alquileres se desploman

MARTA BALLESTER

Lunes, 21 de noviembre 2016, 19:04

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«No sabemos cuanto tiempo más podremos aguantar». Esta es la frase más repetida entre los vecinos de la zona que albergaba el hospital por excelencia de la Comunitat. La Fe era el corazón del barrio, pero hace ya seis años que dejó de darles vida. Por eso, ante el anuncio de su reconversión en el Espai de Salut Campanar Ernest Lluch, los vecinos se muestran escépticos. Han perdido la esperanza de un futuro mejor ante la dura realidad que les rodea.

El silencio reina en las calles de un distrito por el que hace no tanto transitaban hasta 10.000 personas cada día, entre ellas los más de 6.000 trabajadores de la plantilla del centro sanitario. Atrás quedaron las largas colas frente a bares y tiendas, y los problemas de encontrar aparcamiento. No hay ni rastro de 'gorrillas'. «Nosotros tampoco podemos hacer negocio por la zona», reconoce incluso uno de los aparcacoches.

A las cinco de la tarde ya no queda nadie por la calle y muchos establecimientos bajan sus persianas sin saber si a la mañana siguiente podrán subirla, porque ir a trabajar les cuesta dinero. «El pequeño comercio y los autónomos subsistimos a base de los ahorros personales. No hay ingresos pero sí gastos y una hipoteca del local que pagar», alega la dueña de 'Inés Albert', una tienda de lana y ropa con 47 años de historia a la que llaman por su propio nombre. Albert se emociona cada vez que recuerda lo que fue el barrio y lo que es ahora. De tenerlo todo a nada.

Ya no hay floristerías, ni quioscos, ni droguerías, ni el bingo, ni tintorería, ni lavadero, ni la mitad de bares de antes. Seis de cada diez bajos están cerrados. «Nos faltan servicios básicos, pero cada año cierra algún comercio y muchos de los que llegan suelen durar una media de tres meses», confiesa Miguel Pascual, el hijo de la propietaria del bar cafetería 'Avenida'. «Nuestra vida está arruinada y va a peor», puntualiza. De servir 56 menús en tres horas han pasado a servir dos en todo el día; sus seis kilos de café al mes se han convertido en 1,5; su menú de doce euros, ahora oscila los 7,50. Por eso Pascual tiene claro que dejará el negocio de más de 30 años de antigüedad cuando su madre se jubile y se marchará a otro barrio.

El que no sabe si llegará a la jubilación con su tienda de ultramarinos después de 30 años en la zona es Álvaro Villanueva. «Mis ventas se han reducido un 40% y pasan los días y el barrio sigue muerto», declara el vecino. Lo mismo les ocurre a los hermanos de la pastelería 'Cifre'. «Esto era una mina de oro y ahora la producción ha bajado y de una plantilla de 24 personas, hemos pasado a ser doce. La zona está olvidada, ya no hay ni manifestaciones». Precisamente de ahí viene el enfado de Ángel Sahuquillo, al mando del bar 'Madrid'. «Los políticos que están ahora en el gobierno venían a prometernos muchas cosas, pero ya llevan un año y no hay mejoras, ni manifestaciones, ni siquiera aparecen por aquí. Las únicas que nos visitan son las ratas que salen de la Fe», revela cansado de hablar del tema y con rabia. «No se dan cuenta de que ya han pasado seis años y seguimos igual, sin mejoras y cada vez quitándonos más servicios sanitarios de aquí. Somos mayores y si nos pasara algo no llegaríamos a la otra punta de Valencia donde está la nueva Fe», alega un grupo de vecinas indignadas porque echen a perder una zona tan bien ubicada en la ciudad.

Reinventarse o morir

A la espera de soluciones reales por parte del gobierno, los comercios de Campanar intentan salvar sus negocios con nuevas iniciativas que atraigan a los clientes. El bar 'Casa Rufino' ha decidido abrir una línea de comidas para llevar y una terraza para ampliar su oferta y su demanda. El restaurante 'Pirineos' que celebra este año su 40 aniversario quiere ir «más allá del comer y cenar» y organiza catas de vino y actividades gastronómicas. Además, aunque nunca quiso ser un local de menú, por la calidad de sus productos, su dueño, Paco Olivas, confiesa que para adaptarse a los nuevos tiempos «hay que tener uno, en este caso de 25 euros, manteniendo la exquisitez de siempre». La farmacia de la avenida de Campanar también ha decidido ampliar sus servicios, sumando a la venta, sobre todo de parafarmacia, asesoramientos y planificaciones para el cliente de manera personificada. Del mismo modo, la tienda de lana de Inés Albert hace gratuita la labor para llamar a más gente y además adapta los precios a la situación. «Antes vendía camisas por 150 euros y ahora tengo stocks de prendas por 50», confiesa Albert. Otros establecimientos como el ultramarino de Villanueva ceden parte del espacio de su local a las nuevas máquinas de Correos a las que los destinatarios podrá acudir a recoger sus paquetes sin ir a la sede. «Aunque no tiene que ver con lo mío será una manera de atraer gente al local», alega el propietario. «Renovarse o morir», ese es su lema.

El abandono se adueña de Campanar. Ni la devaluación del precio del suelo en la zona, con alquileres que pasan de los 1.200 euros a los 400, consiguen atraer a nuevos vecinos y proyectos. El administrador de la inmobiliaria de la zona lamenta esta realidad, así como el envejecimiento de la zona. «El 90% de las ventas de pisos son herencias. La población es mayor y las nuevas generaciones se van», concreta.

Las consecuencias del traslado del hospital municipal no son pocas y seis años después siguen latentes no sólo en Campanar, sino también en barrios como el de Benicalap, Marxalenes, Zaidía y Tendetes. Las asociaciones de vecinos luchan por recuperar ese «gran motor económico» que abastecía con salud y dinero a la zona norte de la ciudad de Valencia.

El diagnóstico es grave. La desesperación se adueña de una barriada que aun tendrá que esperar dos legislaturas para ver terminado el nuevo proyecto para la Fe de Campanar. Siete años por delante y los pequeños comerciantes ya avisan que no resistirán tanto. Reanimar el barrio es un caso de urgencia.

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