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La inauguración del año 1918 en fotografía de la revista 'La Hormiga de Oro'. Imagen de 1949, en LAS PROVINCIAS. El hijo escultor posa ante el monumento que ha labrado del padre, pintor. :: lp
Pinazo, el artista de los dos monumentos

Pinazo, el artista de los dos monumentos

El segundo monumento, inaugurado en 1949, fue esculpido por el hijo del pintor y está junto a la Audiencia

F. P. PUCHE

Domingo, 2 de octubre 2016, 23:59

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Los valencianos están habituados a ver, junto a la Audiencia, en los jardines que dan principio a la calle de Colón, el monumento dedicado al pintor Ignacio Pinazo Camarlech, de cuya muerte se van a cumplir 100 años dentro de unos días. Sin embargo, no todos saben que ese no es el primer monumento que tuvo el artista en su ciudad, sino el segundo. El primero, inaugurado en el año 1918, estuvo en otros jardines, cerca del Palau de la Generalitat; y se perdió, como tantos otros bienes culturales, durante los disturbios de la Guerra Civil.

Ignacio Pinazo Camarlech murió el 18 de octubre de 1916 y tuvo monumento muy pronto, el 4 de febrero de 1918. Sorprende esa rapidez si se contempla lo lenta que suele ser Valencia para facilitar estos homenajes de gratitud que, por otra parte, corrían de cuenta de suscripciones populares por lo general. Valencia, que tardó casi veinte años en dedicrle un monumento a Llorente y diez a inaugurar el de Sorolla, se demoró largamente con Blasco Ibáñez. En cuanto a Mariano Benlliure, que llenó la ciudad de monumentos, no tiene uno que le recuerde: la placa de su plaza y de su tumba se estiman como suficientes...

Pinazo, tan discreto y tímido para las relacions sociales tuvo homenaje muy pronto, lo que hay que atribuir, sin duda, a su gran mérito artístico. Y a la extraordinaria importancia social y cultural que tenía una institución hoy en día en crisis: el Círculo de Bellas Artes. Presidido por el decano de los artistas valencianos, Joaquin Agrasot, el Círculo, durante décadas, fue el gran promotor de fiesta, cultura, espectáculos y diversión de la ciudad.

En 1917, LAS PROVINCIAS fue dando noticia fiel del progreso del proyecto, del fallo de un concurso que ganó con facilidad Vicente Navarro, y de la colocación de la primera piedra del basamento en el mes de noviembre de 1917, apenas un año después del falleciminto del pintor. Cuando el escultor dio por finalizada la obra, nuestro periódico publicó un artículo donde se leía que «Navarro ha querido hacer, como exquisito temperamente artístico que es el suyo, no la estatua vulgar, no el documento fotográfico de Pinazo», sino "la exteriorización del temperamento del gran pintor; su alma que era todo contemplación y cariño entrañable por la luz de la naturaleza valenciana".

Esculpido a vez y media el tamaño natural, Pinazo aparecía sentado, vestido con ropas clásicas «para que no sea vea el vulgarísimo pantalón moderno». Un gran bloque marmóreo servía de asiento a la figura y daba espacio para las inscripciones. Allí, en el jardín recién construido, rodeado de flores, recibió el homenaje de Valencia el domingo 3 de febrero de 1918: los actos consistieron en la entrega oficial del monumento a la ciudad, con presencia de Agrasot y la junta directiva del Círculo en el Ayuntamiento, y después una gran procesión cívica a la que se sumaron docenas de entidades. La ceremonia con discursos estuvo presidida por el alcalde, Faustino Valentín, y el director general de Bellas Artes, que en ese momento era el escultor Mariano Benlliure. El canto del Himno a Valencia que había compuesto el maestro Giner con letra de Teodoro Llorente cerró la ceremonia, que se completó con un generoso ciclo de conferencias sobre Pinazo.

El segundo monumento

«Manos ígnaras destrozáronla cuando la revolución roja; y un sentimiento de piedad artística realizó la nueva estatua por el hijo del pintor, el escultor laureado Ignacio Pinazo». Eduardo López-Chavarri, que conoció a todos Pinazo y vivió de cerca la cultura valenciana desde finales del XIX, escribió las palabras anteriores, en LAS PROVINCIAS, el día en que se inauguraba el nuevo monumento, el 30 de julio de 1949.

La Audiencia, situada en el Palacio de la Generalitat, se había movido al fin a la vieja Aduana, que había sido fábrica de tabacos. La eterna carambola inmobiliaria valenciana hizo que Pinazo se fuera ahora, de nuevo, junto a la Casa de la Justicia, a los jardines del arranque de la calle de Colón. Del viejo munumento se sabe poco, como si se hubiera perdido en la noche de los tiempos. José Francés, en 'El Pueblo', había criticado la obra y a Vicente Navarro; pero sus discrepancias, desde luego, fueron cuestiones de estética, de legítima pugna entre nuevo y «viejo» arte.

LAS PROVINCIAS, en 1949, no ahondó más en los recuerdos del pasado. Contaba el futuro. Y ahora era el hijo del pintor, un magnífico escultor, el que había puesto al padre de nuevo en la calle, reflexivo, con la paleta y el pincel en las manos, sentado en una silla clásica, y cruzadas las piernas, cubiertas, ahora sí, por pantalones... Allí lo tenemos contemplando ensimismado el paso de la ciudad que tanto amó.

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