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Reem, entre sus hijos, durante la entrevista. :: damián torres
Un hogar de esperanza para más de cien exiliados

Un hogar de esperanza para más de cien exiliados

El Centro de Refugiados alberga a personas de 22 países

JOAN MOLANO

Martes, 4 de agosto 2015, 23:45

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Un día se marcharon, dejaron su hogar. Obligados, se despidieron de su familia, amigos, olores, costumbres y sueños sabiendo que probablemente no volverían a tenerlos cerca. En el camino lo perdieron todo y aterrizaron, temerosos, en una torre de Babel.

No entendían nada. Con el amargo sabor del desamparo, buscaron su sitio forjándose un alma de acero. Algunos solos, otros acompañados por sus parejas e hijos. En sus cabezas aún resonaban los sonidos del conflicto. Los disparos de metralleta y bombardeos cobardes. Uno de ellos arrasó la casa de Igor, Lilya y su pequeño Nikita al este de Ucrania. Son tres de los 115 residentes del Centro de Acogida de Refugiados de Mislata (CAR). Pertenecen al mayoritario grupo de 55 ucranianos que vive en el número 2 de la calle Camí Vell de Xirivella.

Llegaron al CAR en noviembre. «Teníamos miedo. No queríamos vivir en una situación de guerra. Sé que no vamos a volver, sólo queremos un futuro aquí», afirma Igor en un castellano más que aceptable. Mucho antes de convertirse en exiliados, la familia pasó unas vacaciones en Valencia. Su realidad ahora es otra. Luchan por salir adelante con los ojos cargados de esperanza. El matrimonio agradece la oportunidad que les brindan. Su hijo adolescente, Nikita, padece sordera y gracias a la ayuda del CAR dispone de audífonos que le facilitan su día a día. «Él está totalmente integrado, en el instituto y en el centro, tardó sólo dos días en encajar», cuenta su padre. «He hecho un curso de mecánica y mi mujer de cocina, esperamos encontrar trabajo al salir. Nos tratan muy bien», añade. 86 residentes lograron un empleo desde 2012 gracias al servicio de orientación laboral. El centro contó ayer con la visita del delegado del Gobierno en la Comunitat, Juan Carlos Moragues. «Es un verdadero instrumento de integración para personas que llegan a España desde países en conflicto», destacó.

Ahmad, graduado en Negocios Internacionales, dirá adiós esta semana a la que ha sido su casa y la de su familia los últimos 11 meses. Llegaron al CAR como refugiados palestinos en Líbano. Antes pasaron por Suecia, donde nació Dodi, de apenas año y medio, y por Madrid. «España es un buen país, hay mucha vida. Espero conseguir trabajo», comenta en un perfecto español. Su esposa está empleada como esteticista. Los tres deberán arreglarse mientras tanto con su salario de 600 euros. «Ya tenemos casa, falta conseguir también el permiso de residencia y empezar a pensar en lo mejor para nuestro hijo».

La situación de Reem, palestina, es más complicada. Ha visto morir a mucha gente y cómo los edificios de su barrio se convertían en ruinas en segundos por culpa de un conflicto interminable. Su marido lleva en España poco más de un año y ella fue acogida en el centro junto a sus seis hijos hace dos meses. Ahora mismo no pueden estar juntos. Él ha agotado todas las ayudas posibles y pelea para que le acepten en el CAR. Se antoja complicado. Mientras tanto, su familia tiene un techo, comida y formación asegurados.

La estancia de los refugiados en el CAR de Valencia -hay dos en Madrid y otro en Sevilla- es, como mínimo, de seis meses. Durante la misma, 32 trabajadores velan para que la convivencia entre personas de 22 países diferentes se desarrolle con los mínimos inconvenientes. Siria, con 30, es el segundo territorio que más refugiados aporta. 50 hombres, 26 mujeres, 39 niños y 21 familias viven en las instalaciones en estos momentos.

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